La insoportable levedad del lenguaje económico en la política

Las implicaciones cuánticas del lenguaje político, especialmente cuando se adentra en el territorio económico, son innegables: la concreción desaparece, las órbitas de la veracidad se convierten en nubes borrosas e indefinidas, y una cosa y su contraria resultan posibles.

Hemos escuchado a infinidad de políticos lanzar promesas basadas en humo, hacer números imposibles, insitir en su compromiso de "lucha" contra ese gigante llamado crisis (como si fuere algo ajeno de lo que no formaran parte) y repetir hasta la saciedad que todos (o algunos) deben "afrontar sacrificios" para derrotarlo. Desde luego, muchos ciudadanos hubieran preferido oír algo así como "esto y lo otro es lo que vamos a hacer y nos va a costar tanto en tiempo y dinero y requerirá tales y cuales sacrificios por parte de fulano y zutano...".

Más duro ha sido comprobar que lo que "no estaba en la agenda" se ha anotado en ella apresuradamente y perpetrado sin dilación. Lo que "en absoluto podía ser" ahora no sólo ha resultado posible sino necesario y recomendable. Lo antaño denostado ahora es virtuoso, y se nos vende como algo bueno para el porvenir. Sí pero no pero todo lo contrario.

Nunca tanto como en estos tiempos han sido los políticos narradores y hacedores del devenir económico. Son como ese "autor", muy cuántico, al que se refería mi colega Fernando Castelló en un magnífico artículo suyo titulado "Si Gaarder fuese economista":

"Desarrollamos erráticos comportamientos (demanda, producción, ahorro, inversión), a partir de los estímulos que ese autor narra por nosotros, como personajes de esa gran obra que está escribiendo".

En el caso que nos ocupa, se trata de una obra bastante pobre, repleta de errores e intereses que trascienden con creces el tantas veces aducido bien común. En un contexto donde la información sobre el dinero es más valiosa que el dinero en sí, en el que dicha información viaja además en tiempo real y se amplifica en la cacofonía de las redes sociales, el poder conformador o destructor del lenguaje es enorme. Ello exige de nuestros dirigentes sencillez y concreción en sus manifestaciones. Cuestiones concretas planteando resultados concretos y contrastables, no cuánticos.

En un ensayo antológico ("Politics and The English Language"), George Orwell reflexionaba sobre el mal uso de la lengua inglesa:

"La dejadez de nuestro lenguaje contribuye fácilmente a que tengamos pensamientos estúpidos".

Todo ello es perfectamente aplicable a nuestro maltratado lenguaje económico. Y añado yo: cuando dichos pensamientos corresponden a quenes pretenden gobernar nuestro país, los ciudadanos corren un serio peligro.

Más tecnología y menos construcción

El otro día estuve leyendo un muy interesante artículo en catalán de Iván Aguilar, brillante economista y analista al que tengo en gran aprecio pese a nuestras muchas discrepancias sobre el devenir de nuestra tierra natal, Cataluña.

Iván, además de ser una persona preparadísima, es una incansable ardilla de la macroeconomía, siempre inquieto, siempre royendo los datos de tabla en tabla, de gráfico en gráfico, de estudio en estudio, siempre preguntándose cosas y explicándolas de manera clara y potente. Comparto con él un incansable afán investigador, una misma visión liberal de la economía y la pertenencia a Thinknomics,  variopinto grupo de analistas, empresarios, traders, académicos e inversores arrejuntados  por el azar de Twitter (aquí nuestro perfil) con el afán de debatir y desgranar diariamente el grano económico de la paja mediática y política.  

El artículo en cuestión, titulado "Més tecnologia i menys construcció"  ("Más tecnología y menos construcción") fue publicado en VIAempresa, diario empresarial de referencia en Cataluña,  y constituye la continuación de otra muy interesante entrada titulada "L'impacte de la construcció en un país de pimes" ("El impacto de la construcción en un país de pymes"), en la cual  Iván ya nos apuntaba:

"Durante el periodo 1997-2008 España licitó, en valor absoluto, más obra civil que Estados Unidos y Alemania juntos. La obra civil absorbe muchos más recursos financieros que ninguna otra actividad productiva, así que el efecto perverso es doble: no sólo provoca el aumento de los precios residenciales sino que capta una parte importante de los recursos financieros disponibles. El resultado es la aparición de los, en términos técnicos, lazy banks, es decir, el sector bancario financia mayormente actividades económicas que proporcionan rentas garantizadas como fueron las hipotecas y la obra civil. 

Cuando el sector público construye una línea de metro, por poner un ejemplo, los bancos saben que los precios de los pisos del trayecto aumentan notablemente. Es por ello que conceden crédito para construir también pisos: saben que el aumento de la población conllevará hospitales, escuelas y todo tipo de obra pública que aumentará sus beneficios. Por qué los bancos deberían asumir riesgo financiando tecnología o industria? No tienen ningún incentivo: a corto plazo lo más seguro es financiar hipotecas y obra civil."

Se trata de un fenómeno que se agrava, además, por el tamaño de las empresas de nuestro país, en su mayoría pequeñas y medianas. Ellas son las más afectadas por este proceso de captación de crédito, por lo que acaban sufriendo restricciones financieras permanentes.

Aunque la orientación de ambos artículos quiere ser regional, sus análisis y conclusiones son extensivos a la realidad económica española.  Hecha la introducción, les dejo con Iván.

 

Más tecnología y menos construcción

(Por Iván Aguilar)

El papel de la regulación y de la inversión pública en una economía de mercado tiene el objetivo de incrementar la productividad de los factores de producción, que son el capital y el trabajo. Cuando otros leit motiv entran en juego, el coste es elevado y resulta fácil que provoquen una caída importante y sostenida de la productividad y, por tanto, de los salarios y los beneficios empresariales. Las consecuencias no se limitan al canal de inversión de las pymes, sino que alteran todas las reglas conocidas de asignación del capital.

Los sectores que son intensivos en crédito bancario y, por tanto, sensibles a los tipos de interés, sufren una gran devastación a medida que los precios residenciales aumentan (y con ellos, los tipos de interés); el resultado es que este capital huye hacia sectores no dependientes del sector financiero como es el turismo, el ocio y servicios asociados. La investigación científica y la innovación sufren muchas dificultades, ya que son intensivas en el uso de recursos bancarios y financieros como la industria o las tecnologías de la información. La lección es que la ciencia y la tecnología necesitan la competencia para su correcto desarrollo y que lograr estándares elevados no es sólo un tema de dinero, sino también de incentivos y buena regulación.

Un giro a la inversión

Los cambios estructurales no son rápidos ni sencillos de realizar pero creo que son necesarias algunas medidas para corregir estos desequilibrios. La primera es repensar toda la política de inversión pública. Las infraestructuras son vitales sólo si responden a una demanda existente no satisfecha, pero su impacto sobre el PIB es negativo vía productividad si se limitan a trasladar demanda de un lugar a otro. En nuestro país las infraestructuras de este último tipo son de las más habituales y el impacto sobre las empresas catalanas es muy pernicioso. La inversión en infraestructuras urbanas tiene un impacto enorme sobre los precios de la propiedad residencial y, como hemos comprobado tras la Gran Recesión, un efecto muy pernicioso sobre las finanzas públicas y los fundamentales macroeconómicos catalanes.

Los países que acreditan niveles de vida más elevados hacen contención de la obra civil y son más intensivos en gasto público corriente, al tiempo que tienen una regulación que incentiva la competencia y la flexibilidad. La financiación es un bien escaso y un abuso en un sector implica la reducción en el resto. La regulación no debe impedir que el capital vaya a los sectores con poco valor añadido como la construcción y la obra civil. Cabe destacar que los efectos no se reducen a la oferta de crédito sino que la demanda también se ve profundamente afectada. El aumento de la proporción de la renta que las familias gastan en comprar o alquilar vivienda estresa el resto de sectores y la estructura económica.

El tamaño de las empresas es una barrera importante para impulsar con fuerza el sector tecnológico e industrial debido a la ausencia de economías de escala. Uno de los grandes debates actuales es sobre qué hay que hacer para tener más industria y menos construcción. La política de austeridad fiscal ha reducido significativamente el gasto en obra civil y no es extraño que, en combinación con los bajos tipos de interés, la industria catalana esté en plena expansión en los últimos años. La mala noticia es que las reformas regulatorias en materia de competencia han sido inexistentes y que, por tanto, esta industria se fundamenta en empresas demasiado pequeñas que quebrarán enseguida que el ciclo cambie de signo. El reto es, pues, conseguir que estas empresas crezcan y estén fuertemente capitalizadas y sean resistentes durante las recesiones. Esto sólo lo podemos conseguir mediante la contención del sector de la construcción y vía regulación.

La financiación que saca el tranvía por la Diagonal

Una política de inversión pública conservadora en obra civil permitirá ayudar a contener los precios inmobiliarios y obligará al sistema financiero a reducir su dependencia del sector público. Para hacernos una idea: el sistema bancario español o italiano tiene un 9% de deuda pública en su balance por un 3% en Alemania. En los países del centro o del norte de Europa lo más habitual es no llegar al 2%. Este diferencial supone toneladas de financiación para las empresas y mucho más valor añadido, y es que el coste de oportunidad de la obra civil no sólo es elevado sino que perdura durante muchos años.

En este sentido, no parece que nada haya cambiado, debates como el del tranvía de la Diagonal sólo incentiva a los bancos a denegar crédito al sector industrial y tecnológico y a esperar estas políticas que les aseguran rentas sin riesgo. El gobierno municipal haría bien no haciendo ninguna de las dos obras porque ambas están concebidas para impactar sobre el precio de la vivienda y ninguna de las dos responde a una demanda sin satisfacer. Ambas tienen un impacto negativo sobre el PIB catalán a medio plazo.

Por otra parte, la regulación. ¿Qué tipo de regulación necesita Cataluña? No hay que inventar demasiado. Las barreras y los controles tienen costes de transacción muy elevados en términos de economía sumergida, así que la transparencia y la libertad económica son obligadas y, además, aumentan considerablemente la recaudación. La literatura es muy clara al respecto: el mercado laboral y el sistema fiscal son muy anormales y excesivamente rígidos. porque en los ciclos recesivos resultan una carga muy pesada para las pymes. Cerrar suele ser mucho más barato que aplicar planes de viabilidad. Los sectores llamados estratégicos destacan todos por tener un coste elevado, tanto para el sector privado como por el público. Energía, Infraestructuras, Transporte, Telecomunicaciones o Finanzas son ejemplos bien conocidos y una barrera importante para el crecimiento de las pymes. Al background institucional formal hay que añadir también el informal.

No necesitamos más empresas

Cataluña (y España) se caracteriza por tener empresas mucho más pequeñas que en los países donde los sectores manufacturero y tecnológico están bien implantados. Concretamente, la diferencia radica en la ausencia de empresas medianas y grandes. Como he comentado antes, las pymes no crecen y la relación activos/fondos propios es demasiado elevada. Hay que incentivar el crecimiento del patrimonio neto y para conseguirlo, la única forma efectiva conocida es la flexibilidad de los mercados. En este sentido, el discurso mainstream sobre el emprendimiento no es el mejor, porque no necesitamos más microempresas sino que las existentes puedan crecer y ser competitivas.

En definitiva, ningún país rico del mundo lo es a base de impulsar el precio de la vivienda y de imponer barreras a la actividad económica. Las casi inexistentes reformas estructurales tras la Gran Recesión suponen que el cambio de la estructura productiva de la economía catalana iniciado en 2013 se revertirá tan pronto como las restricciones fiscales desaparezcan o venga otra recesión.

 

Richard Spencer Childs: la historia de un burócrata pionero

En marzo del presente año, mi apreciado compañero de reflexiones Simón González de la Riva y quien les escribe empezamos en Sintetia una serie de artículos dedicados al concepto de “Administración Posible”, entendido como el análisis y exposición de soluciones apropiadas, practicables, oportunas y completas en el ámbito de la Administraciones Públicas, más allá de las consabidas ideas felices de coste y consecuencias desconocidos. Hasta el momento, hemos evaluado la sostenibilidad de nuestro enorme e ineficiente aparato burocrático; analizamos la discrecionalidad administrativa y los incentivos perversos que genera, y estudiamos también el uso y abuso de la potestad regulatoria como freno al desarrollo económico. 

Siguiendo con el tema de la administración, en mi último artículo escribo sobre un humilde burócrata, cuya historia descubrí casi por casualidad durante mi estancia en los Estados Unidos. Un pionero americano, de un tipo muy distinto al que nos tienen acostumbrados las leyendas continentales. Un hombre discreto, fuera de la lucha política, que se adentró voluntariamente en el anodino mundo de las reformas administrativas y al que su país le debe importantes innovaciones. Espero que les interese (clic sobre el título para acceder al texto):

Otra Administración es posible (IV):
Historias de Pioneros

Gestionar España como una empresa

Dedicado a Rosa María Artal,
desde mi intenso aunque decreciente aprecio
y muy amplia discrepancia

Todo empezó con este inclasificable tuit:

La reflexión tuitera pretendía ser un crítica contundente de 140 caracteres a unas declaraciones de Albert Rivera, uno de los blancos preferidos de la periodista, relativas a la mejor forma de gestionar España. Las declaraciones de Rivera se produjeron en el programa de Jesús Calleja de Cuatro, y en ellas afirmaba literalmente esto:

La empresa más importante de España, que es España, la tenemos que gestionar como una empresa, y no puedo hacer barbaridades como estas, con costes y sin ingresos, porque me voy a la calle

Las "barbaridades" a las que se refería el líder de Ciudadanos eran los despilfarros de dinero público tales como "planes E", aeropuertos sin aviones y AVES sin apenas viajeros. En ese contexto, su reflexión era sensata y tenía mucho sentido económico. Pues no, según Artal y varios seguidores de diversa condición y educación que interaccionaron conmigo ese día, gestionar como una empresa es "primar los beneficios, ergo malvado ultraliberalismo". Genial.   

Tal sentencia encierra un desconocimiento palmario de los principios de gestión empresarial, unos prejuicios ideológicos importantes, o una combinación de ambos. También pudo tratarse de un desliz, un lapsus en forma de exabrupto facilón e irreflexivo, con mera vocación ad hominem. Cada uno que juzgue lo que le parezca oportuno.

La pura sensatez nos dice que Rivera estaba hablando de los principios de gestión que determinan el éxito de cualquier buena empresa, y con ello no nos referimos a diversos y llamativos ejemplos patrios de capitalismo castizo, sino a la realidad mucho más discreta y dura de la enorme mayoría del tejido empresarial de nuestro país. Cabría recordar a Rosa María Artal y sus afanados seguidores que en España hay más de tres millones de empresas, de las cuales el 99,88% son pequeñas y medianas (entre 0 y 249 asalariados), PYMES que generan el 66% del empleo nacional. Y si las empresas (grandes o pequeñas) no tuvieran beneficios, dejarían de existir, por lo que no habría trabajo ni impuestos ni administración ni servicios públicos ni recortes de los que preocuparse. Parece mentira que, a estas alturas de civilización, sea necesario explicarlo. 

En un aterior post de este blog dedicado a recortes y despilfarros, ya apuntábamos algunos criterios básicos de gestión empresarial aplicados al sector público. Decíamos entonces que los bienes públicos, obtenidos a través de impuestos, constituyen un verdadero tesoro para nuestra sociedad. Los cargos políticos y los funcionarios deberían tenerlo en cuenta a la hora de manejarlos, y obrar como un cajero cuidadoso con aquellos caudales que no son suyos. Asimismo, los ciudadanos deben utilizar los bienes y servicios públicos de forma cívica y responsable. Cuestión de derechos y deberes. 

Por tanto, cuando hablamos de gestionar España como una empresa, nos estamos refiriendo a esto, y no a otra cosa:

Los ciudadanos (y eso incluye a todos, empresarios, trabajadores privados y públicos, desempleados, pensionistas y estudiantes), a través de sus impuestos y  sus votos, son los accionistas de esta empresa común: aportan el capital y, teóricamente, eligen al consejo de administración (gobierno) de acuerdo con sus competencias profesionales y orientaciones estratégicas (programas políticos).  La empresa España, en un ideal de buena gestión, debe perseguir la satisfacción de los intereses de estos ciudadanos-accionistas a través de la creación de valor, esto es, la prestación de unos servicios públicos esenciales que maximicen los recursos empleados, con calidad y de una manera eficiente y sostenible en el tiempo, alejada de florituras y dispendios. Ese es el auténtico beneficio de gestionar como una empresa. Y no nos confundamos: los responsables últimos de ese buen gobierno somos los propios ciudadanos-accionistas, en nuestra doble condición de paganos y electores.  

Más allá de los ciudadanos y agrupaciones de ciudadanos, no debemos olvidar a los grupos de interés (los llamados stakeholders en inglés), a quienes también concierne el buen funcionamiento de nuestra empresa España, como por ejemplo: organismos internacionales a los que pertenecemos, instituciones de muy diversa naturaleza, países con los que comerciamos, mercados financieros a los que acudimos, organizaciones no gubernamentales, etc.

Así, nuestra España S.A. constituye un sistema complejo, con numerosos interesados en su buena gestión,  todos ellos colaboradores necesarios y beneficiarios directos o indirectos de la misma. Una empresa que debería regirse por los principios universales que orientan la actividad de todas las corporaciones exitosas: integridad, responsabilidad,  transparencia, rendición efectiva de cuentas, respeto a las leyes, adecuada supervisión, sostenibilidad financiera y, por supuesto, las tres "E":

  • Economía:   hacer las cosas con el menor coste posible en recursos.
  • Eficacia: alcanzar los mayores resultados posibles.
  • Eficiencia: alcanzar los mayores resultados posibles con el menor coste posible.

Todo ello tiene muy poco que ver con el "beneficio" espurio ni con el libre mercado ni, desde luego, con el "ultraliberalismo", signifique lo que signifique el palabro. ¿No te parece, querida Rosa María?

 Un muy cordial saludo de tu seguro seguidor lentejero.


Nota: en una versión anterior de este artículo, se indicó erróneamente que Rosa María Artal es militante de Podemos, hecho que la propia periodista ha desmentido a este autor de malas maneras. 

Nota 2: muy poco después de la nota anterior, Rosa María Artal se presentó como candidata de Podemos a las elecciones por Zaragoza (no consiguió el escaño). Al recordarle su reciente desmentido en Twitter, la periodista se limitó a bloquearme (su actividad más habitual en la red social). Máxima coherencia.

Coplilla económico-lentejera

Gráfico de @javiergec

La economía encontró
que su rumbo había perdido.
Por los púlpitos buscaba
un timonel precavido.

¿Dónde te fuiste cordura
que me dejaste así en vilo?
Y la cordura callaba
desde su cárcel de olvido.

Y el déficit sollozaba
por aquel rigor perdido.
¿Dónde está el país vibrante
que habíamos conocido?

No dejéis que se nos pierda
entre tanto pan y circo.

El abuso de la potestad regulatoria de la administración y su impacto económico

Continuamos en Sintetia con nuestras reflexiones sobre el concepto de Administración Posible (parte 1,parte2) con uno de los aspectos que destacábamos en nuestra anterior entrega: la abrumadora producción normativa nacional, de la que las administraciones públicas usan y abusan ejerciendo una potestad regulatoria mal entendida y peor ejercida que, en nombre de una supuesta protección y normalización de la convivencia ciudadana, no deja sin intervenir, someter o fiscalizar casi ningún ámbito de nuestra vida privada, muchas veces de forma innecesariamente discrecional.

Continuar leyendo: Otra Administración es Posible (III): El uso y abuso de la potestad regulatoria

La excesiva discrecionalidad administrativa y sus incentivos perversos

El pasado 10 de marzo se publicó en Sintetia la segunda entrega de la serie de artículos escritos conjuntamente con Simón González de la Riva sobre el concepto de "Administración Posible". En esta segunda parte analizamos el amplio espacio de discrecionalidad que la administración se otorga en su relación con los ciudadanos.

¿Esto qué significa? Que su actuación no será siempre automática ni estará sujeta a un parámetro o conjunto de parámetros fijos y previsibles, determinados a través de unas potestades regladas por ley. Bien al contrario, la norma suele otorgar a la administración una importante capacidad de decisión basada en términos abstractos, difusos e incluso totalmente subjetivos. Porque, ¿cuándo una medida se convierte en “idónea”? ¿Cuál es el alcance “adecuado” de una regla? ¿En qué punto del abanico de posibilidades existentes va a entender una administración que algo es “suficiente”?

Leer el artículo completo: Otra Administración es Posible (II): Discrecionalidad e Incentivos

Otra Administración es posible (I)

Primer artículo de una serie que inicio en Sintetia con Simón González de la Riva, desarrollando el concepto de Administración Posible  Se trata de convertir el actual juego político de “gestión por ocurrencias” en un proyecto colaborativo basado en el pragmatismo y el aprovechamiento de las fortalezas existentes:

Post de Economía Parda: Tratamiento de Choque para Yonquis de la Deuda

La historia económica de la últimas décadas en nuestro país, y de bastantes otros, se asemeja a la de del nuevo rico al que un día le comenzaron a llover millones, iniciando una senda de despilfarro sin bases sólidas de futuro.

Se compró una, dos, tres casas, con muchos garajes, piscinas, pistas de tenis, solariums... Adquirió vehículos, aviones privados, contrajo carísimos compromisos, se cargó de obligaciones financieras con objeto de mantener un ritmo de vida muy superior a lo que estaba acostumbrado. Vestía caro, comía de lujo y desperdiciaba la comida. Gastaba a espuertas en llamativos caprichos. Era pródigo en dádivas con familiares, aduladores y correveidiles varios, deslumbrados por su estilo de vida.

Pero aquella fortuna se esfumó tan rápido como vino. El dinero dejó de fluir, casi de golpe. No así los gastos. Incapaz de acomodarse a las nuevas estrecheces, el nuevo rico quiso conservar su oropel a toda costa, manteniendo mansiones, abalorios y caprichos. La austeridad no era lo suyo. Así que empezó a tirar progresivamente de tarjetas oro y endeudamientos platino, cambalacheando los favores que antes había otorgado. La espiral creciente de gasto y deuda duró lo que duraron los saldos crediticios y los falsos amigos; apenas un suspiro en el tiempo de una larga ruina. ¿Quiebra? ¿Impago? ¿Fin de la historia?

No necesariamente.

Ante una situación así, no caben medias tintas. El remedio ante una deuda rampante, casi ingobernable, es análogo para particulares y países: requiere detenerse y reiniciar, lo que a su vez conlleva movimientos telúricos, pactos sísmicos con el destino, tsunamis de valentía y decisión. En algún momento (nunca es tarde) hay que marcar una línea roja y decir: "de aquí no podemos pasar". Los ciudadanos, gobernantes e instituciones debemos anclar los pies en el suelo de la cruda realidad y responsabilizarnos sin excusas de nuestro futuro. Seguro que duele, porque NOS TIENE QUE DOLER, pero a todos, sin distinción. A algunos más que a otros. Sobre catarsis de este tipo se construyen los futuros. El gesto debe tener una significación abrumadora y, por lo tanto, requiere la simplicidad de los grandes momentos.

Pongamos, por ejemplo, que se decide detener la emisión de nueva deuda (no me refiero a dejar de pagar los compromisos adquiridos). De un día para otro. En crudo, sin anestesia. Para un particular, sería como coger unas tijeras y trocear las tarjetas de crédito. Se trataría de adaptarnos a esta circunstancia extraordinaria con todas sus consecuencias, iniciando una guerra cívica, ética y económica contra la insostenibilidad.

¿Por qué no redactar una especie de Declaración de Independencia de la Deuda? ¿Por qué no asumir cada uno nuestra cuota de esfuerzo, marcarnos objetivos (cuantificables e irrenunciables) y hacernos responsables de ellos, con nuestro patrimonio, nuestro cargo o nuestro prestigio? Priorizando esfuerzos, pero juntos. Les aseguro que las generaciones venideras recitarían dicha declaración como honra a sus padres refundadores.

Con la voluntad dispuesta, el proceso a seguir tiene pocos secretos. Se empieza elaborando una lista clara y comprensible de los elementos del sistema a los que debemos renunciar porque generan un endeudamiento innecesario. No nos compliquemos la vida: nombre, importe y carga financiera. Después, para cada elemento de deuda identificado, además de conocer los recursos liberados con su desaparición, valoremos los efectos y el impacto de cada liberación. Utilicemos una escala simple. Reordenemos la lista conforme a esta escala. A continuación, ajustemos esa lista reordenada atendiendo a la relación entre la dificultad de cada medida supresora de deuda y su entidad económica. Revisemos de nuevo. Movamos elementos, confrontemos estrategias, discutamos, acordemos y tracemos la ruta final.

A partir de ese momento, empecemos a cumplir, uno tras otro, con los hitos marcados. Hagamos camino al andar, creemos la necesaria inercia positiva para afrontar los obstáculos más complicados sin desfallecer. Persigamos hasta el último céntimo, seamos austeros y frugales en lo que realmente corresponde serlo, persistamos juntos y comprobaremos como, poco a poco, la carga se aligera, las inversiones regresan y los ingresos empiezan a crecer sin acogotar más al ciudadano.

Sé que este plan les parecerá burdo, ingenuo y simplón. En efecto: tal y como advierto en el título del post, se trata de economía parda, aquella que surge desde la reflexión a pie de vida, no desde la teoría política o financiera. Como decía Jean de la Bruyere, hay situaciones en la vida en que la verdad y la sencillez forman la mejor pareja. Y recordando también a otro grande, Thomas Fuller, todo es muy difícil antes de ser sencillo.

Que el egoísmo, el ansia de perpetuación en el poder y el cargo, el miedo, la desavenencia, la ira o la pereza no puedan con nosotros. Volvamos a empezar. Yo me apunto a lo que un día propuso de Daniel Lacalle: no nos entreguemos al vasallaje de la deuda.

¿Utopía? Quién sabe, pero de vez en cuando es bueno desayunar con ella.

Save Outside The Box.

La Pizarra de Bart: Banca Pública e Incentivos

Últimamente abundan las propuestas para la creación de una banca pública en España: ya se plantea abiertamente en las declaraciones programáticas de algunos nuevos gobiernos salidos de las elecciones, como Andalucía, Navarra y Comunidad Valenciana,  así como en los programas electorales de la gran mayoría de sectores de la izquierda. Agárrense la cartera.

Aparte de que no hay ni un solo caso de "banca pública" que se utilice como herramienta de "política económica sostenible", parece que nuestra memoria es muy frágil y ha olvidado el absoluto desastre de nuestras cajas de ahorros, intervenidas, dirigidas y mangoneadas desde lo público, partícipes esenciales en una crisis de la que todavía nos estamos recuperando. 

Simón González de la Riva resume las muy probables consecuencias de esta "nueva" ola haciendo copiar en la pizarra a Bart. Quedan avisados...