Tsipras trata ahora de tranquilizar a funcionarios y pensionistas, garantizando el pago de sus nóminas, pero en una situación como la descrita no las podrían sacar del banco, o sólo podrían hacerlo en cantidades muy limitadas. Literalmente, no habría dinero para todos. De ahí a nacionalizar los fondos de pensiones privados para hacer frente a los gastos del país hay un paso.Y no es economía ficción.
De un supuesto devenir venezolano para Grecia, mejor ni hablamos. ¿Sería factible algo así en nuestras latitudes? Es poco probable, pero cosas veredes en este viejo continente...
Las implicaciones geopolíticas y geoconómicas para Europa de la salida griega el euro resultan, todavía, muy inciertas, y dependerán de los pasos que adopte una Unión Europea morosa, indecisa y fiscalmente limitada. Pese a las grandes turbulencias que sin duda produciría el default heleno, permitir un Grexit controlado mientras que a su vez se avanza decididamente hacia la integración fiscal, podría acabar reforzando la Eurozona. El mensaje al resto de países sería cristalino: no hay otro camino que el de la responsabilidad presupuestaria. Solidaridad, toda la que haga falta (¿cuánto se ha gastado Europa en sostener a Grecia, señor Varoufakis?); regalos a fondo perdido, ninguno. Es el momento de las decisiones. Nos jugamos mucho, todos, no solo los griegos.
En cuanto a Grecia, todavía no es tarde para rectificar. Pese a la brutal campaña anti-acuerdo que se desplegará en estos días (con el entusiasta apoyo patrio de Podemos y afines), puede que los ciudadanos griegos, colocados irresponsablemente por sus dirigentes entre la espada y la pared, decidan no comprar el Unicornio que Syriza y sus socios les presentan y asumir, de una vez por todas, que el país debe cambiar y reconvertirse en una nación europea del siglo XXI, cueste lo que cueste, mano a mano, con sus vecinos europeos. El golpe para Syriza de un resultado así sería aleccionador para los populismos europeos emergentes.
Alea jacta est.