Liquidez, cash flow, geopolítica y personas: píldoras de supervivencia en tiempos líquidos

“El único pecado imperdonable en los negocios es quedarse sin efectivo”
- Harold Geneen.

Hace unas semanas encontré esta cita sobre la liquidez que el gran Joan Tubau comentaba en Twitter. Inmediatamente pensé en mi querido Javier García, alma mater de Sintetia, espacio en el que llevo colaborando muchos años. Javier siempre ha estado obsesionado con la liquidez y cash-flow como elementos clave de la gestión empresarial.

Dándole vueltas al concepto, pienso que es también aplicable a la geopolítica y a la gestión personal en estos tiempos de máxima volatilidad e incertidumbre. Esta entrada , que sólo pretende ser una ligera reflexión sabatina, va dedicada tanto a Joan como a Javier.

Cuando el agua escasea

Una empresa no quiebra por tener pérdidas, sino por quedarse sin liquidez. Lo mismo puede decirse de los Estados, de las organizaciones internacionales e incluso de las personas. La falta de liquidez —esa incapacidad de reaccionar a tiempo, de responder a imprevistos, de generar flujo— es lo que acaba colapsando sistemas que, sobre el papel, parecían solventes. En tiempos de volatilidad, cuando todo tiembla y nada se consolida, el flujo lo es todo. E insisto: no hablamos solo de dinero.

La liquidez y el cash flow, conceptos nacidos en la contabilidad empresarial, pueden usarse perfectamente para analizar la estabilidad geopolítica, la resiliencia personal y la capacidad de supervivencia en un mundo radicalmente incierto.

Liquidez y flujo de caja: de la empresa a la existencia

En el mundo financiero, la liquidez es la capacidad de convertir un activo en efectivo rápidamente y sin pérdida de valor. El cash flow, por su parte, es el movimiento real del dinero: entradas y salidas. Un balance puede ser impecable en términos contables, pero si no hay flujo, si no hay circulación, la empresa acaba desmoronándose.

Si lo aplicamos a la vida, la analogía es evidente: puedes tener un gran patrimonio emocional, una red de contactos envidiable o un currículum brillante, pero si no eres capaz de convertirlos en acciones concretas, en ingresos reales o en decisiones efectivas, serás tan vulnerable como una fortaleza sin agua corriente. El valor está en lo que fluye.

Geopolítica líquida: cuando los Estados se quedan sin caja

El mundo actual es un tablero inestable donde los grandes actores no se diferencian tanto por lo que tienen como por su capacidad de movilizar recursos. La liquidez estratégica es tan importante como los activos acumulados.

Pongamos un ejemplo cercano. Europa tiene activos valiosísimos: capital humano, economías desarrolladas, protección social, valores democráticos. Pero carece de una liquidez operativa que le permita responder con rapidez a los nuevos desafíos globales. Las arterias de su mercado interior están llenas de coágulos regulatorios que dificultan la circulación económica, no tiene una defensa común efectiva, no dispone de una política exterior cohesionada, ni tampoco su tecnología ni su energía fluyen sin interferencias. Es un gigante patrimonial con rigidez circulatoria.

Estados Unidos, pese a su enorme deuda, ha mantenido hasta el momento su supremacía gracias a su cash flow global: el dólar como moneda de reserva, sus gigantes tecnológicos, su capacidad de proyectar poder e influencia en tiempo real. Algo que ahora está en cuestión con la llegada de Trump al poder.

La gestión personal: liquidez emocional y vital

Las personas también tienen su propia contabilidad. En el plano emocional, laboral o existencial, tener activos no garantiza seguridad. Puedes disfrutar de un trabajo fijo, pero sin capacidad de maniobra. Puedes tener amigos, pero sin tiempo para ellos. Puedes tener ideas, pero sin energía para ejecutarlas.

El cash flow vital es la circulación de energía, tiempo, relaciones y acciones que nos permite adaptarnos, sobrevivir e incluso aprovechar los momentos de crisis. En tiempos de incertidumbre, la clave no está en lo que se posee, sino en lo que se puede movilizar rápidamente. La liquidez existencial se convierte entonces en un privilegio.

La paradoja del activo inmovilizado

También en las organizaciones y en los Estados es fácil caer en la trampa de confundir valor con liquidez. Un país puede atesorar grandes recursos, pero si no puede usarlos de manera eficaz y eficiente, no tiene poder efectivo. Una empresa puede tener instalaciones punteras, pero sin circulante, se paraliza.

En el plano personal, una lujosa vivienda en propiedad puede parecer un buen activo, pero si estás hipotecado hasta el cuello y limita tu disponibilidad financiera, se convierte en una carga. El patrimonio inmóvil no es garantía de seguridad: lo que no fluye, se estanca. La historia está repleta de imperios rebosantes de bienes pero asfixiados por la falta de liquidez. Y todos, sin excepción, acabaron colapsando.

Lo que fluye, vive

En un mundo hiperconectado, frágil y volátil, la única forma de sobrevivir es garantizar el flujo: de ideas, de alianzas, de afecto, de recursos. La liquidez ya no es solo una categoría contable: es una filosofía de vida y una estrategia de supervivencia.

Como decía un campesino castellano, al ver una acequia seca y el grano por plantar: de nada sirve poseer la tierra, si no corre el agua.

Mantengamos siempre ese espíritu líquido.

Abundancia digital, escasez habitacional: el gran fracaso del siglo XXI

El acceso a una vivienda digna y asequible es uno de los principales factores que condicionan el bienestar humano. Como muestra el índice de asequibilidad (gráfico: FMI, Biljanovska et al., 2023), en 40 países analizados las casas son hoy menos accesibles que en cualquier otro momento desde 2008, con niveles por debajo del umbral mínimo de ingresos necesarios para acceder a una hipoteca media. El gráfico refleja un deterioro generalizado, y España no es una excepción: con precios disparados y salarios estancados, cada vez más hogares destinan una mayor parte de sus ingresos solo a pagar el alquiler o la hipoteca.

Esto contrasta con otras áreas vitales (como la alimentación, la energía, los electrodomésticos, el transporte o la ropa) donde la tecnología ha permitido una reducción de precios a lo largo de las décadas y una democratización del acceso. En cambio, la vivienda sigue anclada en una lógica de escasez artificial, urbanismo restrictivo y rigideces normativas que impiden aumentar la oferta en zonas de alta demanda. Es una anomalía histórica: vivimos rodeados de abundancia, pero seguimos gestionando la vivienda como si estuviéramos en el siglo XIX.

No hay razones estructurales que justifiquen que la vivienda tenga que ser tan cara. Podría ser, y debería ser, un bien accesible, abundante y tecnológicamente optimizado. Su elevado coste tiene un efecto multiplicador negativo: reduce la natalidad, dificulta la movilidad laboral, incrementa la desigualdad y limita las oportunidades vitales, sobre todo entre los más jóvenes.

Revertir esta tendencia exige una revisión profunda de políticas urbanísticas, fiscales y regulatorias. Porque si la vivienda es el principal gasto de los hogares, entonces es también uno de los palancas más potentes para mejorar el bienestar colectivo. El acceso a la vivienda no es solo una cuestión económica: es una cuestión de dignidad, equidad y visión de futuro.

De no gestionarse adecuadamente esta cuestión esencial, nos encontraremos con uno de los factores más importantes de inestabilidad local y global en los próximos años.

Trumpnomics

Trump y su camarilla están insinuando que todo el caos que han originado en estos últimos días es parte de una estrategia perfectamente diseñada. La realidad, en mi opinión, es más prosaica: la "estrategia" del presidente norteamericano es una traslación chapucera, caótica, apresurada, parcial y horriblemente ejecutada de la propuesta que hizo en su día su asesor económico Stephen Miran en el documento "A User’s Guide to Restructuring the Global Trading System" (noviembre 2024). Vamos a explicar brevemente en qué consiste.

Miran toma como punto de partida el hecho de que el dólar está persistentemente sobrevalorado debido a su papel como activo de reserva global:

  • Esto desequilibra el comercio internacional, encarece las exportaciones de EE.UU. y abarata las importaciones, debilitando el sector manufacturero nacional.

  • El sistema actual obliga a EE.UU. a mantener déficits gemelos (externo y fiscal) para sostener la oferta global de activos seguros (bonos del Tesoro).

Propone la imposición generalizada de aranceles: un arancel del 10% sobre todas las importaciones y del 60% sobre productos chinos, para corregir desequilibrios comerciales. ¿Les suena?

El autor defiende que esa implementación de aranceles sea gradual, con subidas progresivas (ej. +2% mensual) hasta alcanzar los niveles objetivo. Esta estrategia busca reducir la volatilidad financiera y aumentar el poder de negociación. Además, el sistema de aranceles debe ser escalonado según el país, clasificando los países en grupos con porcentajes diferenciados según:

  • Prácticas comerciales y cambiarias.

  • Cooperación en defensa y seguridad.

  • Comportamiento geopolítico y respeto a la propiedad intelectual.

El paper también plantea condicionar el acceso al mercado estadounidense, con una entrada privilegiada solo para países que respeten los principios de reciprocidad comercial y apoyen el orden de seguridad liderado por EE.UU. Diseña por tanto una fusión entre política comercial y de seguridad nacional, usando los aranceles como herramienta geoestratégica y priorizando productos críticos como semiconductores, farmacéuticos y material de defensa.

Propone asimismo el uso de políticas cambiarias para contrarrestar la infravaloración extranjera, aplicando estrategias multilaterales (negociaciones) y acciones unilaterales como:

  • Acumulación de reservas por parte del Tesoro.

  • Intervención en los mercados de divisas.

El objetivo perseguido con ello sería rebalancear el tipo de cambio real efectivo sin perder el control del dólar. El autor considera fundamental una coordinación estrecha con la Reserva Federal para minimizar la volatilidad financiera y asegurar estabilidad durante los ajustes cambiarios.

Se plantea además el uso de los aranceles como fuente alternativa para reducir un déficit fiscal insostenible sin necesidad de subir impuestos (renta y sociedades), lo que ayudaría a compensar el gasto federal, protegiendo a trabajadores y empresas de mayores cargas tributarias.

Propone finalmente la formación de un muro arancelario multilateral frente a China, vinculando política económica y de seguridad, incentivando a los aliados a alinearse con EE.UU. en términos comerciales y estratégicos.

En conclusión, el paper de Stephen Miran sugiere cómo reconfigurar el sistema global manteniendo el liderazgo del dólar, pero redistribuyendo los costes económicos. Se trata, según el autor, de reequilibrar el sistema a favor de EE.UU. sin perder su primacía financiera y estratégica.

¿Y qué ha hecho Trump con esos planteamientos? Aplicar al estilo “elefante en cacharrería” la teoría descrita, que ya de por sí adolecía de importantes carencias teóricas y de comprensión del actual orden geoeconómico.

Trump ha comprado la idea de los aranceles, pero ignorando la aplicación gradual propuesta, sin clasificar a los países en bloques, rompiendo con sus aliados estratégicos y absteniéndose de coordinar absolutamente nada. El resultado es el esperable: caos y caídas generalizadas en los mercados, represalias internacionales, más que probable inflación y desconfianza global. Se ha dedicado a montar su show habitual:

  • Anuncios improvisados y puesta en escena extravagante.

  • Aranceles generales justificados con una ridícula regla de tres.

  • Amenazas públicas sin estrategia diplomática.

  • Cero coordinación con la Fed.

  • Aislamiento de aliados clave (la UE, Japón, Corea del Sur...)

El propio Miran ya advertía en su paper: si se aplican mal, los aranceles castigan al consumidor, debilitan al exportador y pueden detonar una gran inestabilidad financiera. Trump se ha ignorado olímpicamente dicho aviso: subirán precios, caerá la inversión, la incertidumbre se mantendrá en máximos.

El plan de Miran, aunque equivocado, tenía estructura y proponía una precisión quirúrgica. Trump lo ha adoptado a trozos y a su capricho, porque le gustaban algunas ideas, y lo ha usado como otro de sus arietes propagandísticos: improvisado, desordenado y altamente dañino. Cuando una estrategia de por sí discutible se ejecuta con tal torpeza y falta de escrúpulo, el resultado no solo conduce al fracaso, sino a un desastre amplificado por la arrogancia y la improvisación.

¿Será posible ponerle algún remedio y aliviar los daños ya producidos?

Aunque el shock negativo ya está creado, pienso que todavía podrían contenerse los peores daños y reencauzar parcialmente este enorme desaguisado global, pero requiere una intervención inmediata, coherente y técnicamente solvente. Y no alimentar la hoguera con más leña, algo poco probable con las dinámicas actuales.

¿Un nuevo Churchill europeo?

Muy interesante la entrega semanal de Ana Palacio sobre la falta de liderazgo fuerte en la Conferencia de Múnich. No obstante, lo de "un nuevo Churchill" resulta poco realista.

Acierta la autora en describir el escenario actual, con una Europa atrapada en su debilidad estratégica y dependiente de EE.UU., que ahora prioriza Asia. La crisis de identidad occidental y la ausencia de visión estratégica agravan la situación.

No obstante, me parece poco realista esperar un nuevo Churchill en Europa. Su liderazgo surgió en una guerra existencial, con una amenaza mucho más real y una sociedad dispuesta a sacrificios. Esto es, Churchill fue el resultado de circunstancias excepcionales: una amenaza inmediata, una sociedad movilizada y un liderazgo dispuesto a tomar decisiones difíciles. Europa hoy enfrenta desafíos graves (el nuevo papel de EEUU, Rusia, China, crisis económica), pero sin la misma voluntad política.

Además, el liderazgo europeo está fragmentado entre instituciones comunitarias y gobiernos nacionales con agendas diversas, a veces contrapuestas. No hay un líder con el carisma, la visión y la capacidad de movilización que tuvo Churchill. Ni se le espera.

En su lugar, la UE depende ahora de consensos lentos, una pesada burocracia y un liderazgo colectivo que, aunque eficiente en tiempos de estabilidad, es insuficiente en momentos de crisis que exigen decisiones rápidas y audaces.

Pienso que el desafío no consiste en encontrar un solo gran líder, sino en generar un ecosistema de gobernanza más fuerte, donde los países europeos puedan actuar con mayor rapidez y determinación. Y para ello no se necesita "un salvador", sino una concurrencia de voluntades.

En mi última ponencia, explicaba a mi auditorio que no soy del todo pesimista. Confío en una reacción de la UE cuando se vea ya al borde del abismo. Como decía Robert Schuman, acciones urgentes de facto que propicien luego un cambio de paradigma europeo. Espero que no sea tarde.

Tendencias globales 2025

Una año más, el evento Controller Centricity (8ª edición), celebrado el pasado 10 de octubre, tuvo la gentileza de invitarme para abrir la jornada reflexionando brevemente sobre las tendencias globales que están configurando el mundo actual.

Pueden ver en esta noticia lo más destacado de mi ponencia:

El pensamiento crítico y la creatividad son fundamentales para gestionar el entorno actual

Lo de Biden

Acabo de visionar de nuevo el primer debate presidencial entre Guatemalo y Guatepeor, quiero decir, entre Trump y Biden, un espectáculo bochornoso que desmerece todo lo que una gran democracia como la norteamericana debería ofrecer a sus ciudadanos. El debate ha sido un desastre sin paliativos para Biden; no hay crónica periodística (lean la de Pablo Suanzes) que no destaque la actitud laxa y balbuceante del candidato demócrata, disperso e incapaz de rebatir la interminable sarta de mentiras, morcillas sentenciosas y sandeces varias pronunciadas por un Trump mucho más enérgico, entero y mordaz. De hecho, Donaldo apenas tuvo que esforzarse: el presidente vino noqueado de casa.

Ahora todos hablan del pánico del Partido Demócrata ante la debilidad manifiesta de su candidato. Ahora todo es zozobra, cuando ya desde hace meses resultaba evidente el declive físico y cognitivo de un hombre que, antes que nada, merece descanso, respeto y un retiro digno, algo a lo que parece haberse negado, ya sea por voluntad propia o interpuesta. Y es precisamente en este punto donde quiero detenerme.

No es la primera vez que vemos un líder desvariar por diversos motivos (autoritarismo, incompetencia, declive físico o cognitivo…) sin que toda su corte de acompañantes reconduzca la situación. Es más, suele ocurrir lo opuesto: esa corte lo aleja cada vez más de la cruda realidad, protegiéndolo de toda crítica o posibilidad de autorreconocimiento, realimentando así su desatino.

Este fenómeno, lejos de ser una rareza, parece casi un componente estructural de muchos sistemas de poder. La dinámica de la adulación y la servidumbre voluntaria se instala de tal manera que cualquier voz disidente es rápidamente silenciada, no sólo por el líder mismo, sino por quienes lo rodean y se benefician de su permanencia en el poder. En estas circunstancias, la distorsión de la realidad y la creación de narrativas alternativas permiten mantener una ilusión de control y competencia, aun cuando los hechos demuestran lo contrario, como está ocurriendo con Biden. Incluso después de la debacle del jueves, el núcleo duro del corifeo presidencial sigue negando la mayor. Obama incluido.

Este síndrome de torre de cristal es una aflicción tan antigua como las mismas civilizaciones. Perdido en un intrincado laberinto de espejos, el líder, atrapado en su propia imagen, pierde el contacto con la realidad y queda confinado en un palacio de ilusiones. Es un mal que no discrimina; ha afectado por igual a emperadores y presidentes, a directivos y a líderes sociales o religiosos. Las consecuencias son devastadoras. La falta de autocrítica y la incapacidad para reconocer errores impiden cualquier tipo de mejora o corrección de rumbo. Los fallos se acumulan y se perpetúan, llevando a sociedades o organizaciones enteras hacia crisis perfectamente evitables.

La responsabilidad, por supuesto, no sólo recae en el líder. Los consejeros y acólitos se convierten en cómplices necesarios del desvarío, por miedo, conveniencia o ignorancia; su supervivencia depende de la perpetuación de la burbuja. La verdad, sin embargo, es obstinada. Aunque se intente ocultar, distorsionar o negar, siempre encuentra una grieta por donde filtrarse. Pero para el líder, esa verdad es un espectro lejano, una sombra que merodea en los márgenes de su conciencia, incapaz de penetrar la coraza de complacencia y autoengaño que se ha construido a su alrededor.

Desgraciadamente, muy pocos tienen un Gandalf para romper ese hechizo maligno y hacerles regresar a la cordura.

 

Limpiar escaleras

Las redes sociales, cuando se trata de enterrar la verdad en el barro de la confusión, son como una de esas DANAS que regularmente afectan a España: arrancan con masas opuestas de ciudadanos chocando por alguna cuestión anecdótica alrededor de un tema clave, dando lugar a violentas tormentas y riadas que se llevan por delante cualquier atisbo de debate sensato a su paso, enterrando además la cuestión principal.

La enésima de estas depresiones digitales la hemos tenido a propósito de unas palabras de Cristina Ibarrola (UPN), la ya exalcaldesa de Pamplona, tras decir que “nunca sería” regidora con los votos de Bildu y que preferiría “fregar escaleras”. Inmediatamente, un desbordamiento de furiosos indignados inundó las redes para afear el presunto clasismo de dichas afirmaciones.

Mi primera intención ante esta nueva polémica fue sumarme a la vorágine, pero preferí echarme a un lado, dejar pasar un tiempo y pensar un poco. Haciendo mía la maravillosa reflexión del gran humanista, filósofo, psicólogo y pedagogo español Joan Lluís Vives, “si no me engaño me parece buena la siguiente proporción: cinco partes de lectura, cuatro de meditación, tres de escritura, que la lima reducirá a dos, y de estas dos sacar sólo una a la luz pública” (De ratione dicendi, 1533). Aquí me tienen, pues; les dejo mi único grano de arena, exclusivamente personal.

Para empezar, yo limpié escaleras en mis primeros tiempos como marinero en la Armada. También fregué pasillos, desinfecté letrinas y baldeé cubiertas con mis compañeros al despuntar el alba, siguiendo la cadencia sonora del chifle del contramaestre. Hoy, cuarenta años y muchos ascensos después, trabajo en una Dirección General y mando personas. Tenemos una contrata y hay mujeres y hombres que diariamente se encargan de la limpieza de nuestras dependencias. Nada extraordinario, en cualquier caso.

Dicho lo anterior, mi yo actual nunca ha pensado que mi joven yo hiciera entonces una labor indigna. Desempeñaba una función absolutamente necesaria, como lo son todas a bordo de un buque, pero también era un trabajo duro, a menudo ingrato y, desde luego, peor pagado. Siendo sincero, por pura comodidad y no por una cuestión de dignidad, no me apetecería volver a ese trabajo, pero lo haría sin dudar por necesidades del servicio, para asegurar el sustento de mi familia o, desde luego, si la alternativa fuera realizar algo indigno o ilegal de lo que avergonzarme o con lo que avergonzar a los míos. Este es el quid de la cuestión que nos ocupa, y no otro.

Es más, quienes en su furibundo, apresurado y sincronizado desbordamiento aducen el clasismo en las declaraciones de Ibarrola olvidan que, de igual modo, sus madres y abuelas trabajaron fregando escaleras para sacar adelante a los suyos, en lugar de elegir otras opciones deshonrosas, ilícitas o vergonzantes.

Como escribí hace tiempo, muchos de nuestros mayores (hablo de la generación de quienes nacimos en los 60) no tuvieron una vida sencilla. Les tocó superar, entre otras cosas, una guerra y una posguerra terribles, un período lleno de tragedias y privaciones. Pese a ello, sacaron adelante a sus familias a base de trabajo duro y honrado, con coraje y sentido común. Y sin tantas alharacas.

Fueron ellos los primeros que no quisieron para sus hijos y nietos los mismos afanes que ellos sufrieron, pero no me cabe duda de que hubieran preferido fregar de nuevo escaleras y mantener bien alta la cabeza antes de comportarse de otra manera. Y oigan, no habríamos tenido ningún problema en escuchárselo decir, porque la dignidad no depende del trabajo que uno hace, sino de la forma en que lo hace y, sobre todo, de los valores que lo guían.

Ethos, Pathos, Logos

Las tres formas de la persuasión que Aristóteles introdujo en su tratado Ars Rhetorica (siglo IV a.C.) eran el ethos, el pathos y el logos.

El ethos se refiere a los elementos de persuasión basados en la credibilidad; el pathos abunda en los factores emocionales y psicológicos, y el logos trata sobre los patrones del razonamiento.

En los ámbitos de la política, la economía y la sociedad civil, ethos, pathos y logos conforman los cimientos sobre los que se construyen y sostienen las sociedades liberales.

Mi nuevo artículo en Sintetia pretende analizar brevemente como su ejercicio e interacción virtuosa pueden contribuir al bienestar y crecimiento:

Liberalismo Punk (V): la santísima trinidad de las sociedades liberales

Bienvenidos al viejo nuevo mundo

Vivimos en un mundo económicamente hiperconectado pero con una fragmentación geopolítica y tensiones internas en aumento. Y esta dualidad será el pan nuestro de cada día para gobiernos, empresas y ciudadanos.

Grandes protagonistas de esta realidad compleja son las multinacionales, responsables del 32% de los flujos mundiales de valor añadido y del 64% de las exportaciones. Cuando se trata de bienes intensivos en conocimiento, los menos sustituibles, la cifra aumenta hasta el 82%.

Esta configuración determina que los elementos de fricción locales (cada vez más numerosos) tengan efectos multiplicadores globales desde el punto de vista económico, energético, de defensa y estratégico. Riesgos que se suceden, superponen y realimentan.

El problema es que la mayoría de organizaciones no está preparada para gestionar un entorno de esta naturaleza. Y no puede ser que la primera vez que empecemos a abordar una cuestión sea cuando ya se ha convertido una crisis.

Aquí no hablamos de Cisnes Negros, sino de Rinocerontes Grises: riesgos con alta probabilidad de ocurrencia e impacto masivo si suceden, pero que no reconocemos como amenazas porque pasamos por alto su obviedad. No es que no veamos venir los problemas; los despreciamos. Y así nos va.

El Ocaso de los Dioses

Cuando analizo la realidad actual, muchas veces no puedo dejar de pensar en los gobernantes, pensadores y religiosos de la Alta Edad Media. Muchos de ellos, al igual que nosotros, debían de sentirse representantes avanzados de su mundo, cuando en la realidad se hallaban sumidos en un retroceso civilizatorio del que Occidente no se recuperaría en siglos. La agonía del imperio romano había tocado a su fin; sus instituciones desaparecieron o fueron sustituidas por nuevos modelos sociales y políticos, que maduraron a fuego lentísimo entre sucesivas guerras, hambrunas, plagas y migraciones. Ocurrió que cuando los ciudadanos del imperio y sus provincias empezaron a reconocer los síntomas de su caída, ya era demasiado tarde. Sólo les quedaba un sentimiento de caótica frustración e ira ante el despilfarro y el saqueo públicos, así como el triste reconocimiento de que durante los años de gloria y riqueza, en lugar de cuestionar a sus emperadores, se habían dedicado a glorificarlos.

Del mismo modo, estamos viviendo el ocaso de una era, pero nos resistimos a reconocerlo, parapetados en nuestros egoísmos y bienestares cotidianos, sustentados por estructuras políticas exhaustas, inertes, morosas. Una nueva extinción de dinosaurios con toda la certeza de la inevitabilidad, certeza que hemos podido palpar durante estos últimos años de desconcierto económico y avatares políticos. Somos conscientes de que los viejos modelos son insostenibles, pero no hemos sido capaces de plantearnos alternativas reformistas de verdadero calado, de naturaleza estratégica y que involucren a toda la sociedad. En lugar de remodelar comportamientos, estructuras y procesos, nos empeñamos en debates ideológicos estériles. Algunos incluso pretenden, aprovechando la confusión, regresar a soluciones aún más añejas y repetidamente fracasadas, generadoras ciertas de ruina y dolor.

Al final, solo acertamos a desarrollar enérgicas cosméticas de supervivencia a corto plazo pero ineficaces para el futuro. De esta forma, sólo conseguiremos aplazar lo inevitable un año, cinco, tal vez unas décadas... un suspiro condenatorio para nuestros hijos y nietos. Procrastinare, decían los romanos. Dejar aparcado lo abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, posponiéndolo sine die hacia un futuro idealizado que nunca llegará. Supeditar lo importante a lo urgente, el atajo más seguro para llegar a ninguna parte. Por tanto, tenemos dos opciones. O reconstruimos de nuevo el ruinoso edificio común, o bien lo seguimos repintando. Desgraciadamente, es mucho más probable que ocurra esto último. Y ello significa que la ruina subsistirá bajo el encalado y que, de manera indefectible, acabará reclamando nuestra demolición.