2026: cuando las brújulas ya no funcionan

En febrero de este año que finaliza impartí una breve conferencia en Cionet España sobre coyuntura global. Quise resumir en una frase los dos elementos clave de 2025 y la escribí sobre un fondo con un cuadro de Jackson Pollock: incertidumbre radical y transformación cáotica iban a marcar el paso de los siguientes meses, como así ha ocurrido.

Entramos en 2026 con esta dinámica absolutamente desatada: un escenario en el que no solo desconocemos los posibles resultados, sino que también han dejado de ser fiables los marcos con los que solíamos anticiparlos. Las reglas básicas que orientaban la geoeconomía global —comercio, fiscalidad, política monetaria— se han vuelto contingentes, volátiles y, cada vez más, abiertamente instrumentales. A ello se suma la disrupción tecnológica introducida por la inteligencia artificial, cuyo alcance y velocidad no admiten analogías cómodas con transiciones pasadas.

La consecuencia es inquietante pero muy clara: los modelos fallan no porque estén mal calibrados, sino porque se alimentan de un pasado que ya no sirve de guía. El riesgo, medido sobre patrones históricos, deja de ser una variable cuantificable y se convierte en una hipótesis narrativa. En este contexto, las predicciones categóricas no son análisis; son actos de fe.

Como apunta Clive Crook en un magnífico artículo en Bloomberg, 2026 se abre así como un año bisagra. Podría consolidar una fase de fragmentación económica, choques políticos y ajustes desordenados. O, en sentido contrario, podría marcar el inicio de un salto de productividad tan profundo que diluya —al menos temporalmente— los errores de la política y las tensiones geopolíticas. Ambas trayectorias son plausibles. Ninguna es demostrable hoy.

Lo expliqué hace unos años en Sintetia: la reacción de las sociedades ante estas coyunturas complejas e inciertas surge siempre del miedo y de la ansiedad ante lo incomprensible. Del miedo salen tanto las trincheras ideológicas como los relativismos más radicales, la intolerancia, la banalidad argumental, la violencia física y psicológica. También la incapacidad para pensar críticamente, la apatía y el abandono cívicos, el desinterés por todo aquello que no sea la satisfacción personal y el entorno inmediato. Y frente al vértigo paralizante, debemos ser rebeldes del conocimiento, con voluntad tozuda de comprender y de compartir.

Ante la incertidumbre radical, la respuesta racional no es el inmovilismo ni el alarmismo, sino la prudencia estratégica: flexibilidad, diversificación, margen de maniobra y capacidad de adaptación rápida. Cuando el futuro no puede calcularse, la ventaja no está en acertar el pronóstico, sino en estar preparado para escenarios que aún no sabemos formular.

En 2026, más que nunca, gestionar, gobernar y decidir consistirá en eso. A por ello, feliz Año Nuevo.