Análisis de la reforma fiscal de Trump

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El viernes 22 de diciembre del año pasado, Donald Trump estampaba triunfalmente su firma en la polémica Tax Cuts and Jobs Act of 2017 (TCJA), un ambicioso paquete de medidas estimado en 1,5 billones de dólares, que supone la mayor reforma fiscal estadounidense desde 1986. El texto legislativo se aprobó inicialmente en el Congreso por 227 votos a 203 (con 12 republicanos y todos los demócratas en contra), pasó por el trámite del Senado con tres pequeñas enmiendas y un apretadísimo 51 a 48 negociado a ritmo de House of Cards (esta vez, con pleno apoyo republicano), y finalmente regresó a la Cámara de Representantes, donde quedó aprobado con 224 sobre 201 votos, reflejo de la profunda división que la norma ha suscitado en los legisladores.

En mi nueva Crónica Trumpista para Ecoonomía analizo sucintamente los detalles más destacados de esta reforma.

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Richard Spencer Childs: la historia de un burócrata pionero

En marzo del presente año, mi apreciado compañero de reflexiones Simón González de la Riva y quien les escribe empezamos en Sintetia una serie de artículos dedicados al concepto de “Administración Posible”, entendido como el análisis y exposición de soluciones apropiadas, practicables, oportunas y completas en el ámbito de la Administraciones Públicas, más allá de las consabidas ideas felices de coste y consecuencias desconocidos. Hasta el momento, hemos evaluado la sostenibilidad de nuestro enorme e ineficiente aparato burocrático; analizamos la discrecionalidad administrativa y los incentivos perversos que genera, y estudiamos también el uso y abuso de la potestad regulatoria como freno al desarrollo económico. 

Siguiendo con el tema de la administración, en mi último artículo escribo sobre un humilde burócrata, cuya historia descubrí casi por casualidad durante mi estancia en los Estados Unidos. Un pionero americano, de un tipo muy distinto al que nos tienen acostumbrados las leyendas continentales. Un hombre discreto, fuera de la lucha política, que se adentró voluntariamente en el anodino mundo de las reformas administrativas y al que su país le debe importantes innovaciones. Espero que les interese (clic sobre el título para acceder al texto):

Otra Administración es posible (IV):
Historias de Pioneros

Otra Administración es posible (I)

Primer artículo de una serie que inicio en Sintetia con Simón González de la Riva, desarrollando el concepto de Administración Posible  Se trata de convertir el actual juego político de “gestión por ocurrencias” en un proyecto colaborativo basado en el pragmatismo y el aprovechamiento de las fortalezas existentes:

Post de Economía Parda: Tratamiento de Choque para Yonquis de la Deuda

La historia económica de la últimas décadas en nuestro país, y de bastantes otros, se asemeja a la de del nuevo rico al que un día le comenzaron a llover millones, iniciando una senda de despilfarro sin bases sólidas de futuro.

Se compró una, dos, tres casas, con muchos garajes, piscinas, pistas de tenis, solariums... Adquirió vehículos, aviones privados, contrajo carísimos compromisos, se cargó de obligaciones financieras con objeto de mantener un ritmo de vida muy superior a lo que estaba acostumbrado. Vestía caro, comía de lujo y desperdiciaba la comida. Gastaba a espuertas en llamativos caprichos. Era pródigo en dádivas con familiares, aduladores y correveidiles varios, deslumbrados por su estilo de vida.

Pero aquella fortuna se esfumó tan rápido como vino. El dinero dejó de fluir, casi de golpe. No así los gastos. Incapaz de acomodarse a las nuevas estrecheces, el nuevo rico quiso conservar su oropel a toda costa, manteniendo mansiones, abalorios y caprichos. La austeridad no era lo suyo. Así que empezó a tirar progresivamente de tarjetas oro y endeudamientos platino, cambalacheando los favores que antes había otorgado. La espiral creciente de gasto y deuda duró lo que duraron los saldos crediticios y los falsos amigos; apenas un suspiro en el tiempo de una larga ruina. ¿Quiebra? ¿Impago? ¿Fin de la historia?

No necesariamente.

Ante una situación así, no caben medias tintas. El remedio ante una deuda rampante, casi ingobernable, es análogo para particulares y países: requiere detenerse y reiniciar, lo que a su vez conlleva movimientos telúricos, pactos sísmicos con el destino, tsunamis de valentía y decisión. En algún momento (nunca es tarde) hay que marcar una línea roja y decir: "de aquí no podemos pasar". Los ciudadanos, gobernantes e instituciones debemos anclar los pies en el suelo de la cruda realidad y responsabilizarnos sin excusas de nuestro futuro. Seguro que duele, porque NOS TIENE QUE DOLER, pero a todos, sin distinción. A algunos más que a otros. Sobre catarsis de este tipo se construyen los futuros. El gesto debe tener una significación abrumadora y, por lo tanto, requiere la simplicidad de los grandes momentos.

Pongamos, por ejemplo, que se decide detener la emisión de nueva deuda (no me refiero a dejar de pagar los compromisos adquiridos). De un día para otro. En crudo, sin anestesia. Para un particular, sería como coger unas tijeras y trocear las tarjetas de crédito. Se trataría de adaptarnos a esta circunstancia extraordinaria con todas sus consecuencias, iniciando una guerra cívica, ética y económica contra la insostenibilidad.

¿Por qué no redactar una especie de Declaración de Independencia de la Deuda? ¿Por qué no asumir cada uno nuestra cuota de esfuerzo, marcarnos objetivos (cuantificables e irrenunciables) y hacernos responsables de ellos, con nuestro patrimonio, nuestro cargo o nuestro prestigio? Priorizando esfuerzos, pero juntos. Les aseguro que las generaciones venideras recitarían dicha declaración como honra a sus padres refundadores.

Con la voluntad dispuesta, el proceso a seguir tiene pocos secretos. Se empieza elaborando una lista clara y comprensible de los elementos del sistema a los que debemos renunciar porque generan un endeudamiento innecesario. No nos compliquemos la vida: nombre, importe y carga financiera. Después, para cada elemento de deuda identificado, además de conocer los recursos liberados con su desaparición, valoremos los efectos y el impacto de cada liberación. Utilicemos una escala simple. Reordenemos la lista conforme a esta escala. A continuación, ajustemos esa lista reordenada atendiendo a la relación entre la dificultad de cada medida supresora de deuda y su entidad económica. Revisemos de nuevo. Movamos elementos, confrontemos estrategias, discutamos, acordemos y tracemos la ruta final.

A partir de ese momento, empecemos a cumplir, uno tras otro, con los hitos marcados. Hagamos camino al andar, creemos la necesaria inercia positiva para afrontar los obstáculos más complicados sin desfallecer. Persigamos hasta el último céntimo, seamos austeros y frugales en lo que realmente corresponde serlo, persistamos juntos y comprobaremos como, poco a poco, la carga se aligera, las inversiones regresan y los ingresos empiezan a crecer sin acogotar más al ciudadano.

Sé que este plan les parecerá burdo, ingenuo y simplón. En efecto: tal y como advierto en el título del post, se trata de economía parda, aquella que surge desde la reflexión a pie de vida, no desde la teoría política o financiera. Como decía Jean de la Bruyere, hay situaciones en la vida en que la verdad y la sencillez forman la mejor pareja. Y recordando también a otro grande, Thomas Fuller, todo es muy difícil antes de ser sencillo.

Que el egoísmo, el ansia de perpetuación en el poder y el cargo, el miedo, la desavenencia, la ira o la pereza no puedan con nosotros. Volvamos a empezar. Yo me apunto a lo que un día propuso de Daniel Lacalle: no nos entreguemos al vasallaje de la deuda.

¿Utopía? Quién sabe, pero de vez en cuando es bueno desayunar con ella.

Save Outside The Box.

Ni estímulos ni quitas: ¡reformas! (de verdad)

Leo en Voz Populi el altículo de Alejandro Inurrieta (al que sigo con interés), "Las paranoias del déficit e inflación nos hunden", en el que realiza una denuncia de las políticas monetarias (FED, Banco de Inglaterra) como generadoras de burbujas de activos (aunque no de inflación) así como una imparable deuda pública. A su vez, Don Alejandro denuncia, y cito literalmente, los "ataques furibundos en aras de desmantelar la política pública más eficiente a largo plazo: favorecer el incremento demográfico". Todo ello, debido a una confusa guerra entre acreedores y deudores:

Los acreedores, normalmente pertenecientes a los percentiles de renta alta, han declarado la guerra a los impulsores de la gran expansión monetaria en su afán por preservar el valor de su ahorro y de sus deudas, ya que la elevada inflación siempre perjudica a los acreedores y beneficia a los deudores.

Entiendo que al autor le parecen mal las veleidades monetaristas (opinión que comparto). Critica en consecuencia la política de estímulos anunciada por el Banco Central Europeo, por las razones que expone, pero lo que no acierto a asimilar es que dicha política sea, según él, debida al triunfo de "los puristas y paranoicos del déficit público y de las llamadas reformas estructurales", que han ganado la batalla en la Unión Europea.

Tal afirmación me descoloca, porque precisamente no han sido ni los unos ni los otros quienes han ganado esa "batalla". Lo que se está persiguiendo en el continente no es más que un Abenomics a la europea, y además con poca presión hacia las grandes reformas institucionales necesarias para salir del atolladero. 

Tampoco deja muy claro el profesor Inurrieta cuál es su receta mágica para solucionar esta crisis recurrente. Deduzco que más gasto público (olvidando esa "dictadura del déficit") y una reducción del endeudamiento mediante quitas combinadas con un proceso de mutualización de deudas a nivel europeo (eurobonos), esto es, un verdadero cambalache. Aparece también en el artículo un reproche difuso a Alemania. olvidando o silenciando que los alemanes cruzaron su durísimo rubicón reformista hace ya años, mientras nosotros estábamos todavía con el "Don't Worry Be Happy". 

En el breve intercambio de pareceres que tuvimos en Twitter, Don Alejandro me confirmó su preferencia por las quitas. También salió a relucir el nombre de Richard Koo y su teoría de la recesión de balances, que imagino es su favorita. No debemos olvidar que Koo inspiró, entre otros, a Shinzo Abe y su Abenomics.

No es mi intención realizar un sesudo análisis económico, pero basta con ver los recientes indicadores de Japón para reconocer que tanto estímulo artificial ha tenido un resultado cuando menos discreto. A continuación podemos ver las gráficas correspondiente a la evolución nipona en los ámbitos monetario, volúmenes de caja e inversión empresarial, producción de vehículos, balanza comercial y crecimiento del PIB real

El hecho de que el descomunal esfuerzo monetario japonés haya presentado unos resultados tan modestos, denota graves deficiencias estructurales y debería hacernos reflexionar mucho más seriamente a los europeos. Lo que nos está ocurriendo, como bien apunta Koo, es una reacción defensiva normal de los agentes económicos ante una época de incertidumbre derivada de una gran crisis. Empresas y consumidores se retraen, desapalancan y se vuelven mucho más cuidadosos en sus decisiones de consumo e inversión. Los bancos también presentan pautas similares, que además se distorsionan y realimentan por la intervención de gobiernos y bancos centrales

La solución a este estancamiento, cuando existen problemas estructurales tan claros como los nuestros, no puede ser seguir zascandileando con la deuda y el gasto público. Así lo comentaba en mi timeline:

Todo ello acaba produciendo administraciones blandas y acomodaticias, conduciendo de nuevo a las economías por los caminos más trillados y menos eficientes, al insistir en viejos incentivos incompatibles con la realidad del siglo XXI. En este sentido, recomiendo la lectura de este magnífico artículo del año 2012, "The stimulus debate revisited" y del trabajo de Arnold Kling que en él se menciona: "Patterns of Sustainable Specialization and Trade". Ambos proporcionan una brillante orientación sobre el camino reformista que deberíamos seguir. Citando a Kling:

No es probable que un mayor gasto público resuelva el problema. El empleo público no es autosostenible. Requiere aportaciones de los contribuyentes o, si es financiado mediante déficit, recursos de los ahorradores (y al final, de los contribuyentes futuros).

La restitución de patrones de especialización y comercio sostenibles debe venir del sector privado. Los programas cortoplacistas de “estímulo” pueden impedir el necesario ajuste, más que facilitarlo.

¿Qué opinan ustedes? ¿Seguimos con la patada hacia adelante o cambiamos de una vez de juego?