Gestionar España como una empresa

Dedicado a Rosa María Artal,
desde mi intenso aunque decreciente aprecio
y muy amplia discrepancia

Todo empezó con este inclasificable tuit:

La reflexión tuitera pretendía ser un crítica contundente de 140 caracteres a unas declaraciones de Albert Rivera, uno de los blancos preferidos de la periodista, relativas a la mejor forma de gestionar España. Las declaraciones de Rivera se produjeron en el programa de Jesús Calleja de Cuatro, y en ellas afirmaba literalmente esto:

La empresa más importante de España, que es España, la tenemos que gestionar como una empresa, y no puedo hacer barbaridades como estas, con costes y sin ingresos, porque me voy a la calle

Las "barbaridades" a las que se refería el líder de Ciudadanos eran los despilfarros de dinero público tales como "planes E", aeropuertos sin aviones y AVES sin apenas viajeros. En ese contexto, su reflexión era sensata y tenía mucho sentido económico. Pues no, según Artal y varios seguidores de diversa condición y educación que interaccionaron conmigo ese día, gestionar como una empresa es "primar los beneficios, ergo malvado ultraliberalismo". Genial.   

Tal sentencia encierra un desconocimiento palmario de los principios de gestión empresarial, unos prejuicios ideológicos importantes, o una combinación de ambos. También pudo tratarse de un desliz, un lapsus en forma de exabrupto facilón e irreflexivo, con mera vocación ad hominem. Cada uno que juzgue lo que le parezca oportuno.

La pura sensatez nos dice que Rivera estaba hablando de los principios de gestión que determinan el éxito de cualquier buena empresa, y con ello no nos referimos a diversos y llamativos ejemplos patrios de capitalismo castizo, sino a la realidad mucho más discreta y dura de la enorme mayoría del tejido empresarial de nuestro país. Cabría recordar a Rosa María Artal y sus afanados seguidores que en España hay más de tres millones de empresas, de las cuales el 99,88% son pequeñas y medianas (entre 0 y 249 asalariados), PYMES que generan el 66% del empleo nacional. Y si las empresas (grandes o pequeñas) no tuvieran beneficios, dejarían de existir, por lo que no habría trabajo ni impuestos ni administración ni servicios públicos ni recortes de los que preocuparse. Parece mentira que, a estas alturas de civilización, sea necesario explicarlo. 

En un aterior post de este blog dedicado a recortes y despilfarros, ya apuntábamos algunos criterios básicos de gestión empresarial aplicados al sector público. Decíamos entonces que los bienes públicos, obtenidos a través de impuestos, constituyen un verdadero tesoro para nuestra sociedad. Los cargos políticos y los funcionarios deberían tenerlo en cuenta a la hora de manejarlos, y obrar como un cajero cuidadoso con aquellos caudales que no son suyos. Asimismo, los ciudadanos deben utilizar los bienes y servicios públicos de forma cívica y responsable. Cuestión de derechos y deberes. 

Por tanto, cuando hablamos de gestionar España como una empresa, nos estamos refiriendo a esto, y no a otra cosa:

Los ciudadanos (y eso incluye a todos, empresarios, trabajadores privados y públicos, desempleados, pensionistas y estudiantes), a través de sus impuestos y  sus votos, son los accionistas de esta empresa común: aportan el capital y, teóricamente, eligen al consejo de administración (gobierno) de acuerdo con sus competencias profesionales y orientaciones estratégicas (programas políticos).  La empresa España, en un ideal de buena gestión, debe perseguir la satisfacción de los intereses de estos ciudadanos-accionistas a través de la creación de valor, esto es, la prestación de unos servicios públicos esenciales que maximicen los recursos empleados, con calidad y de una manera eficiente y sostenible en el tiempo, alejada de florituras y dispendios. Ese es el auténtico beneficio de gestionar como una empresa. Y no nos confundamos: los responsables últimos de ese buen gobierno somos los propios ciudadanos-accionistas, en nuestra doble condición de paganos y electores.  

Más allá de los ciudadanos y agrupaciones de ciudadanos, no debemos olvidar a los grupos de interés (los llamados stakeholders en inglés), a quienes también concierne el buen funcionamiento de nuestra empresa España, como por ejemplo: organismos internacionales a los que pertenecemos, instituciones de muy diversa naturaleza, países con los que comerciamos, mercados financieros a los que acudimos, organizaciones no gubernamentales, etc.

Así, nuestra España S.A. constituye un sistema complejo, con numerosos interesados en su buena gestión,  todos ellos colaboradores necesarios y beneficiarios directos o indirectos de la misma. Una empresa que debería regirse por los principios universales que orientan la actividad de todas las corporaciones exitosas: integridad, responsabilidad,  transparencia, rendición efectiva de cuentas, respeto a las leyes, adecuada supervisión, sostenibilidad financiera y, por supuesto, las tres "E":

  • Economía:   hacer las cosas con el menor coste posible en recursos.
  • Eficacia: alcanzar los mayores resultados posibles.
  • Eficiencia: alcanzar los mayores resultados posibles con el menor coste posible.

Todo ello tiene muy poco que ver con el "beneficio" espurio ni con el libre mercado ni, desde luego, con el "ultraliberalismo", signifique lo que signifique el palabro. ¿No te parece, querida Rosa María?

 Un muy cordial saludo de tu seguro seguidor lentejero.


Nota: en una versión anterior de este artículo, se indicó erróneamente que Rosa María Artal es militante de Podemos, hecho que la propia periodista ha desmentido a este autor de malas maneras. 

Nota 2: muy poco después de la nota anterior, Rosa María Artal se presentó como candidata de Podemos a las elecciones por Zaragoza (no consiguió el escaño). Al recordarle su reciente desmentido en Twitter, la periodista se limitó a bloquearme (su actividad más habitual en la red social). Máxima coherencia.

Lo que NO es liderazgo

Los lectores que siguen este blog saben que escribo a menudo sobre liderazgo, pese a tener una visión ciertamente escéptica sobre el concepto, dado su exceso de uso y falta de aplicación en la práctica. Y  aunque pienso que el retrato robot del líder no existe, sí tengo claro lo que NO constituye liderazgo. Algunos ejemplos:  

  • Vanagloriarse con éxitos (económicos) ajenos como si fueran propios, para luego no reconocerlos como tales cuando se convierten en fracasos.
  • No admitir los errores, ni siquiera como oportunidad de mejora.
  • No reconocer la tormenta cuando los truenos son ensordecedores y los chuzos ya te están empapando.
  • No analizar otras alternativas que las propias ni reconocer mérito alguno a tus oponentes.
  • Tirarse a la piscina en lugar de arriesgar con fundamento.
  • Esperar continuamente golpes de fortuna.
  • Denostar la crítica ajena.
  • Criticar sin razonar.
  • No aparcar diferencias, ni ceder, ni negociar en aras del bien común.
  • No elegir a los más capaces sino a los más acomodaticios.

Esta reflexión viene a cuento teniendo en cuenta el descorazonador momento político que estamos viviendo. ¿Por qué no hemos sido capaces de arrimar el hombro como nación cívicamente madura y alcanzar acuerdos más allá de intereses partidistas, de regionalismos, localismos, trincheras y líneas rojas, acuerdos que articulen nuestros escasos recursos críticos y nos permitan salir de este marasmo, definiendo las bases comunes de un modelo de país para el futuro? ¿Por qué? Se me ocurren muchas respuestas posibles, ninguna definitiva.  

Estoy seguro que muchos ciudadanos de a pie, hartos de siglas, ideologías y campañas electorales, nos hacemos todos los días la misma pregunta. Es una cuestión justa y oportuna, pero que no puede desligarse de otra que tantas veces orillamos: ¿cuál es nuestra parte de responsabilidad en esta situación?

Mientras lo pensamos, el calendario avanza sin remedio...

Post de Economía Parda: Tratamiento de Choque para Yonquis de la Deuda

La historia económica de la últimas décadas en nuestro país, y de bastantes otros, se asemeja a la de del nuevo rico al que un día le comenzaron a llover millones, iniciando una senda de despilfarro sin bases sólidas de futuro.

Se compró una, dos, tres casas, con muchos garajes, piscinas, pistas de tenis, solariums... Adquirió vehículos, aviones privados, contrajo carísimos compromisos, se cargó de obligaciones financieras con objeto de mantener un ritmo de vida muy superior a lo que estaba acostumbrado. Vestía caro, comía de lujo y desperdiciaba la comida. Gastaba a espuertas en llamativos caprichos. Era pródigo en dádivas con familiares, aduladores y correveidiles varios, deslumbrados por su estilo de vida.

Pero aquella fortuna se esfumó tan rápido como vino. El dinero dejó de fluir, casi de golpe. No así los gastos. Incapaz de acomodarse a las nuevas estrecheces, el nuevo rico quiso conservar su oropel a toda costa, manteniendo mansiones, abalorios y caprichos. La austeridad no era lo suyo. Así que empezó a tirar progresivamente de tarjetas oro y endeudamientos platino, cambalacheando los favores que antes había otorgado. La espiral creciente de gasto y deuda duró lo que duraron los saldos crediticios y los falsos amigos; apenas un suspiro en el tiempo de una larga ruina. ¿Quiebra? ¿Impago? ¿Fin de la historia?

No necesariamente.

Ante una situación así, no caben medias tintas. El remedio ante una deuda rampante, casi ingobernable, es análogo para particulares y países: requiere detenerse y reiniciar, lo que a su vez conlleva movimientos telúricos, pactos sísmicos con el destino, tsunamis de valentía y decisión. En algún momento (nunca es tarde) hay que marcar una línea roja y decir: "de aquí no podemos pasar". Los ciudadanos, gobernantes e instituciones debemos anclar los pies en el suelo de la cruda realidad y responsabilizarnos sin excusas de nuestro futuro. Seguro que duele, porque NOS TIENE QUE DOLER, pero a todos, sin distinción. A algunos más que a otros. Sobre catarsis de este tipo se construyen los futuros. El gesto debe tener una significación abrumadora y, por lo tanto, requiere la simplicidad de los grandes momentos.

Pongamos, por ejemplo, que se decide detener la emisión de nueva deuda (no me refiero a dejar de pagar los compromisos adquiridos). De un día para otro. En crudo, sin anestesia. Para un particular, sería como coger unas tijeras y trocear las tarjetas de crédito. Se trataría de adaptarnos a esta circunstancia extraordinaria con todas sus consecuencias, iniciando una guerra cívica, ética y económica contra la insostenibilidad.

¿Por qué no redactar una especie de Declaración de Independencia de la Deuda? ¿Por qué no asumir cada uno nuestra cuota de esfuerzo, marcarnos objetivos (cuantificables e irrenunciables) y hacernos responsables de ellos, con nuestro patrimonio, nuestro cargo o nuestro prestigio? Priorizando esfuerzos, pero juntos. Les aseguro que las generaciones venideras recitarían dicha declaración como honra a sus padres refundadores.

Con la voluntad dispuesta, el proceso a seguir tiene pocos secretos. Se empieza elaborando una lista clara y comprensible de los elementos del sistema a los que debemos renunciar porque generan un endeudamiento innecesario. No nos compliquemos la vida: nombre, importe y carga financiera. Después, para cada elemento de deuda identificado, además de conocer los recursos liberados con su desaparición, valoremos los efectos y el impacto de cada liberación. Utilicemos una escala simple. Reordenemos la lista conforme a esta escala. A continuación, ajustemos esa lista reordenada atendiendo a la relación entre la dificultad de cada medida supresora de deuda y su entidad económica. Revisemos de nuevo. Movamos elementos, confrontemos estrategias, discutamos, acordemos y tracemos la ruta final.

A partir de ese momento, empecemos a cumplir, uno tras otro, con los hitos marcados. Hagamos camino al andar, creemos la necesaria inercia positiva para afrontar los obstáculos más complicados sin desfallecer. Persigamos hasta el último céntimo, seamos austeros y frugales en lo que realmente corresponde serlo, persistamos juntos y comprobaremos como, poco a poco, la carga se aligera, las inversiones regresan y los ingresos empiezan a crecer sin acogotar más al ciudadano.

Sé que este plan les parecerá burdo, ingenuo y simplón. En efecto: tal y como advierto en el título del post, se trata de economía parda, aquella que surge desde la reflexión a pie de vida, no desde la teoría política o financiera. Como decía Jean de la Bruyere, hay situaciones en la vida en que la verdad y la sencillez forman la mejor pareja. Y recordando también a otro grande, Thomas Fuller, todo es muy difícil antes de ser sencillo.

Que el egoísmo, el ansia de perpetuación en el poder y el cargo, el miedo, la desavenencia, la ira o la pereza no puedan con nosotros. Volvamos a empezar. Yo me apunto a lo que un día propuso de Daniel Lacalle: no nos entreguemos al vasallaje de la deuda.

¿Utopía? Quién sabe, pero de vez en cuando es bueno desayunar con ella.

Save Outside The Box.

Diversas reflexiones a vuelatuit

Durante las últimas semanas, muy centradas en el desarrollo de las elecciones catalanas, sus resultados y efectos,  no he dejado de comentar en mi timeline de Twitter este y otros temas de posible interés. A continuación pueden encontrar recopilados algunos hilos de conversación, por si les apetece participar en los mismos con sus comentarios o críticas:

- Ecosistema financiero de las startups en USA

#DUI: Per què li diuen amor si el que volen dir és sexe? (en catalán)

27S: Impresiones a vuelatuit de una jornada electoral apasionante

- Debatiendo sobre la recuperación del empleo de la era Obama

  

Hojas de Otoño



Jorge escribía palabras en hojas de otoño.

Cada año esperaba ansioso la llegada de la estación para poder recoger las primeras hojas caídas en el cercano y frondoso bosque de arces. Seleccionaba las más grandes y simétricas, cuidando de que no estuvieran ni muy secas ni demasiado frescas, y escribía sobre su envés con caligrafía menuda y cuidadosa, usando un viejo plumín de galalite de su bisabuelo y tinta china de gran pureza levemente diluida con agua de lluvia.

Rebuscaba en viejos libros palabras que le resultaran hermosas al oído, tales como siempreviva, crisálida, dovela, cincel o aguamarina, y las transcribía sobre aquellas insólitas cuartillas vegetales. Otras veces se las inventaba: alderazuna, sueñálamo, indemiestrada... Guardaba las hojas ya escritas entre varias resmas de papel de barba encuadernadas a mano en forma de cartapacio, que ponía a prensar en la fresca sequedad de un anaquel del sótano, bajo pesados volúmenes de la Enciclopedia Espasa.

Con las primeras brisas primaverales, Jorge regresaba al bosque para orear el cuaderno, dejando que las hojas de arce, definitivamente desecadas, finísimas y quebradizas, retornaran para siempre al suelo donde pertenecían. A continuación leía con voz queda, emocionada, los versos que savia y tinta habían amorosamente fermentado durante el invierno sobre el recio papel: unos poemas sublimes, iridiscentes, casi sobrenaturales, preñados de nobleza y verdor, verdaderos prodigios de sabiduría centenaria.

Reflexiones de un catalán no independentista a sus conciudadanos

Permitan que comparta en este espacio este hilo abierto de reflexiones que esta mañana he compartido con un compatriota que me argumentaba la necesidad de que le diera argumentos ilusionantes para SER español. Mi  primera respuesta fue decirle que no necesita ningún motivo ilusionante para SER español. Ya LO ES, de pleno derecho. Mis siguientes reflexiones, aquí:

Hilo abierto a mis compatriotas independentistas

Divertimento fiscal (para repartidores recalcitrantes de riqueza ajena)

Aquellos que me conocen saben que en mis textos me gusta incluir de vez en cuando algún divertimiento ingenioso o una pincelada de humor. Sin ellos la economía, y por extensión la vida, serían páramos intransitables.

Esta vez recupero una veterana perla que guardo anotada en uno de mis Moleskine. Se trata de un adaptación libre de un texto anónimo que llegó a mis manos hace años. Su aparente ligereza contiene una reflexión mordaz, así como una carga liberal de profundidad. A ver si así algunos empiezan finalmente a enterarse de cómo funcionan aspectos fundamentales de la economía.

Supongamos que todos los días 10 hombres se reúnen en un bar para charlar y beber cerveza. La cuenta total de los diez hombres es de 100€. Si ellos pagasen la cuenta siguiendo el mismo sistema proporcional con el que se abonan los impuestos, y tuviéramos en cuenta la escala de riqueza e ingresos de cada uno, obtendríamos el siguiente resultado:

  • Los primeros 4 hombres (los más pobres) no pagan nada.
  • El 5º paga € 1.
  • El 6º paga € 3.
  • El 7º paga € 7.
  • El 8º paga € 12.
  • El 9º paga € 18.
  • El 10º (el más rico) paga € 59.

Todos están de acuerdo con el reparto y todos, además, se divierten. Pero un día, el dueño del bar les plantea un problema:

"Ya que ustedes son tan buenos clientes, les voy a reducir el precio de sus cervezas diarias en 20€. Sus tragos desde ahora costarán 80€".

Sin embargo, el grupo quiere seguir pagando la cuenta en la misma proporción que al principio, de modo que los cuatro primeros sigan bebiendo gratis. La rebaja no les afecta en absoluto. Pero ¿qué pasa con los otros seis bebedores, los que realmente pagan la cuenta? ¿Cómo deben dividir los 20€ de rebaja de manera que cada uno reciba una porción justa? Los 20€ divididos entre 6 resultan 3,33€. Pero si se resta dicha cantidad de la parte de cada uno, resulta entonces que el 5º y 6º hombre cobrarían por beber (el 5º pagaba antes 1€ y el 6º 3€).

Entonces el barman, que es un lince, sugiere que lo justo sería reducir la cuenta de cada uno en un 20% (es decir, la rebaja ofrecida) y procede a calcular la cantidad a pagar:

  • El 5º bebedor paga ahora 0.8€
  • El 6º paga ahora 2,4€ en lugar de 3€.
  • El 7º paga 5,6€ en lugar de 7€.
  • El 8º paga 9,6€ en lugar de 12€.
  • El 9º paga 14,4€ en lugar de 18€.
  • El 10º paga 47,2€ en lugar de 59€.

Cada uno de los seis pagadores se encuentra ahora en mejor situación que antes. Y los primeros cuatro bebedores siguen haciéndolo gratis. Pero hete aquí que, una vez fuera del bar, los amigos comienzan a comparar lo que se han ahorrado.

"Yo sólo me he beneficiado en 0,6€ de los 20€ totales ahorrados," dice el 6º hombre. Señala al 10º bebedor y dice: "¡Pero él ha recibido 11,8€!" "Sí, tienes razón," dice el 5º hombre. "Y mi ahorro es sólo de 0,2€. Me parece injusto que él reciba cincuenta y nueve veces más dinero que yo." "¡Cierto!", exclama el 7º hombre. "¿Por qué recibe él 11,8€ de rebaja y yo sólo 1,4 €? "¡Los ricos siempre se llevan los mayores beneficios!" "¡Un momento!", gritan los cuatro primeros hombres al mismo tiempo. "Nosotros no hemos recibido nada de nada. ¡El sistema explota a los pobres!"

Indignados, los nueve hombres rodean al 10º y le dan una soberana paliza.

Un día después, el 10º hombre (lógicamente) no acude al bar, de modo que los nueve colegas restantes se sientan y beben sus cervezas sin él. Pero a la hora de pagar la cuenta descubren algo inquietante. Entre todos ellos, incluso con los precios rebajados, no tienen dinero suficiente para pagar ni siquiera LA MITAD de la cuenta, toda vez que suman 32,8€ , mientras que la factura rebajada de los nueve asciende a 90€ menos el 20% de descuento (18 €), es decir, 72 €.

Y así, queridos lectores, es como funciona el sistema impositivo, en términos muy generales. Aquellos que pagan más impuestos son los que más se benefician de una reducción en los mismos. Póngales impuestos muy altos, atáquenlos por ser ricos, y lo más probable es que no aparezcan nunca más. De hecho, es casi seguro que comenzarán a beber en algún bar en el extranjero donde la atmósfera sea algo más amigable.

Moraleja: que cada uno saque la suya.