Antes de subirnos a la nube del liderazgo, seamos buenos jefes, por favor

Nota: Entrada del 07.04.2012 recuperada de mi antiguo blog

Hay palabras que saturan por exceso de uso y por defecto de práctica: liderazgo, excelencia, sinergia, visión... Todas ellas quedan muy bien en los manuales de gestión, y todavía mejor resaltadas con letras capitulares en una presentación de Power Point, pero no dejan de ser palabras trampa que retratan a quienes las pronuncian en vano, algo que suele ocurrir demasiadas veces. Exigen compromiso y ejemplaridad, no marketing. 

A todo el mundo, por ejemplo, se le llena la boca con el liderazgo (aproximadamente 36.200.000 resultados en Google en 0,6 segundos). Es la vaca sagrada de los recursos humanos, el tótem que todo directivo debe adorar. No buscamos jefes, perseguimos líderes. Ser buen gestor no es suficiente, tienes que liderar a tu grupo. Mucho mejor: tienes que liderarlo maximizando sinergias en busca de la excelencia. De ahí pasamos a elucubrar sobre si el líder nace o se hace y a revisar las mil y una técnicas para forjar líderes que tanto dinero hacen ganar a consultores y autores de libros demanagement. De hecho, si uno lee con detenimiento y espíritu crítico muchos de esos trabajos, comprobará que se halla ante un eterno refrito de consignas que van mutando de nombre y envoltorio. No deberíamos sorprendernos por ello; es el signo de los tiempos.

El liderazgo, como tantas otras cualidades, no es más que la aplicación exquisita de la sensatez y la honestidad en el trato de las personas que dirigimos, con una regla de oro: no hacer a nuestros subordinados lo que no dejaríamos que ellos nos hicieran a nosotros. Todas las demás recomendaciones, nada novedosas, derivan de esta máxima. A saber:

  • Bajar del pedestal y hablar, preguntar, conocer a las personas a nuestro cargo.
  • Disponer siempre de tiempo para escuchar lo que nuestra gente tenga que decirnos. Ese tiempo resultará siempre una inversión segura.
  • Explicar de forma clara y comprensible nuestras intenciones y órdenes. Claridad de expresión significa claridad de pensamiento.
  • No tomar decisiones sin reflexionar o informarse. La gran mayoría de nuestro trabajo diario no exige de nosotros urgencias inmediatas. Pensemos.
  • Controlar nuestras reacciones. Esto es, el clásico "contar hasta 10". Hasta 100, si hace falta. Un arrebato de ira, de pánico o de inconsistencia no beneficia a nadie.
  • Ser consecuentes: hacer lo que se dice y decir lo que se hace. Y ello empieza por exigirnos al máximo a nosotros mismos.
  • Ser siempre responsables: nuestra responsabilidad como jefes es ineludible e indelegable. Podemos delegar la autoridad, pero nunca la responsabilidad. Los errores del equipo son nuestros errores y los éxitos deben atribuirse a quienes colaboraron en su consecución.

Podemos denominar estas sensatas reglas de buen proceder como queramos, o disfrazarlas de llamativos términos anglosajones. Si conseguimos llevarlas a cabo seremos buenos jefes. Y me da que de ser buen jefe a ser buen líder sólo hay un leve toque de maquillaje, por mucha literatura empresarial que queramos interponer.