2024: un año geopolíticamente incierto y difícil

Mis conclusiones en el webinar de Global Chartered Controller Institute, GCCI: 2024 se presenta muy incierto.

La inflación, a pesar de la reciente mejora, sigue siendo un aspecto clave a seguir. Se observa una tendencia a la baja, con una moderación de los precios energéticos, aunque las materias primas y los alimentos siguen en niveles elevados. Si se mantiene esta tendencia de descenso, podría conllevar a una bajada progresiva de los tipos tasas de interés, lo que reduciría su impacto en la economía, especialmente en familias y empresas, muy castigadas por una acumulación sucesiva de impactos sanitarios, económicos y sociales. No obstante, el principal riesgo actual, que puede trastocar todo este panorama, es el geopolítico. Por tanto, la incertidumbre es máxima.

El Ocaso de los Dioses

Cuando analizo la realidad actual, muchas veces no puedo dejar de pensar en los gobernantes, pensadores y religiosos de la Alta Edad Media. Muchos de ellos, al igual que nosotros, debían de sentirse representantes avanzados de su mundo, cuando en la realidad se hallaban sumidos en un retroceso civilizatorio del que Occidente no se recuperaría en siglos. La agonía del imperio romano había tocado a su fin; sus instituciones desaparecieron o fueron sustituidas por nuevos modelos sociales y políticos, que maduraron a fuego lentísimo entre sucesivas guerras, hambrunas, plagas y migraciones. Ocurrió que cuando los ciudadanos del imperio y sus provincias empezaron a reconocer los síntomas de su caída, ya era demasiado tarde. Sólo les quedaba un sentimiento de caótica frustración e ira ante el despilfarro y el saqueo públicos, así como el triste reconocimiento de que durante los años de gloria y riqueza, en lugar de cuestionar a sus emperadores, se habían dedicado a glorificarlos.

Del mismo modo, estamos viviendo el ocaso de una era, pero nos resistimos a reconocerlo, parapetados en nuestros egoísmos y bienestares cotidianos, sustentados por estructuras políticas exhaustas, inertes, morosas. Una nueva extinción de dinosaurios con toda la certeza de la inevitabilidad, certeza que hemos podido palpar durante estos últimos años de desconcierto económico y avatares políticos. Somos conscientes de que los viejos modelos son insostenibles, pero no hemos sido capaces de plantearnos alternativas reformistas de verdadero calado, de naturaleza estratégica y que involucren a toda la sociedad. En lugar de remodelar comportamientos, estructuras y procesos, nos empeñamos en debates ideológicos estériles. Algunos incluso pretenden, aprovechando la confusión, regresar a soluciones aún más añejas y repetidamente fracasadas, generadoras ciertas de ruina y dolor.

Al final, solo acertamos a desarrollar enérgicas cosméticas de supervivencia a corto plazo pero ineficaces para el futuro. De esta forma, sólo conseguiremos aplazar lo inevitable un año, cinco, tal vez unas décadas... un suspiro condenatorio para nuestros hijos y nietos. Procrastinare, decían los romanos. Dejar aparcado lo abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, posponiéndolo sine die hacia un futuro idealizado que nunca llegará. Supeditar lo importante a lo urgente, el atajo más seguro para llegar a ninguna parte. Por tanto, tenemos dos opciones. O reconstruimos de nuevo el ruinoso edificio común, o bien lo seguimos repintando. Desgraciadamente, es mucho más probable que ocurra esto último. Y ello significa que la ruina subsistirá bajo el encalado y que, de manera indefectible, acabará reclamando nuestra demolición.

El precio del gas en 2023

En un artículo en ABC, José Ramón Iturriaga destaca el hecho de que el precio del gas está por debajo de cuando empezó la guerra en Ucrania, lo que tiene un impacto positivo en la inflación y, por tanto, en la economía (50 dólares de menor precio es casi medio punto más de crecimiento económico).

Iturriaga reflexiona:

“Y que el precio esté a estos niveles a estas alturas del año, confirma que lo peor está por detrás en lo que a los precios de la energía se refiere. Siguen altos para los patrones históricos pero se ha estabilizado a unos precios que son llevaderos, muy por debajo de los máximos de finales del verano pasado.”

En este punto, cabe preguntarse si realmente hemos dejado lo peor atrás y entramos en un período de mayor estabilidad en los precios del gas durante 2023. A continuación, unas breves reflexiones al respecto:

  • El mercado global de gas ha cambiado completamente desde la guerra de Ucrania. El gas natural licuado (LNG) se ha convertido en el gran protagonista en Europa frente al suministrado por los gaseoductos.

  • La muy sustancial reducción del suministro de gas ruso (un 80%) provocó una brutal competencia por adquirir gas natural licuado (LNG) a suministradores alternativos y a mucho mayor precio, con EEUU como gran protagonista en la cobertura de la demanda europea. Se trataba de llenar reservas con urgencia para el invierno. Los precios se dispararon.

  • Una vez rellenas las reservas, en Europa se vivió un otoño suave. Al mismo tiempo, los hogares reducían el consumo debido a la inflación y las industrias intensivas en energía disminuían su producción o buscaban fuentes alternativas, como el carbón en Alemania o Polonia. Paralelamente, aumentaba la producción de LNG tanto en como EEUU como en otros grandes exportadores (Qatar, Australia, Egipto). El precio del gas empezó a bajar tras la locura veraniega.

  • Esta moderación del precio del gas, tan buena para la inflación, se podría mantener si el invierno actual sigue siendo suave, pero esto podría cambiar. ¿Por qué? Porque estamos vaciando reservas y tocará llenar de nuevo los tanques para el siguiente invierno. Y no resultará tan sencillo.

  • De persistir la guerra, el apoyo occidental a Ucrania y las sanciones contra Rusia, no cabe descartar que Putin decida cortar definitivamente el flujo de gas a Europa (el 20% restante). Y de nuevo nos encontraríamos con un déficit de suministro, una competencia internacional feroz para cubrirlo y una nueva subida de precios, algo que la UE intenta controlar. Los acuerdos para fijar un tope de gas en Europa y para limitar el precio del gas ruso a 180 euros/MWh son medidas que pretenden contener la probable subida de precios a partir del verano, pero podrían tener consecuencias no deseadas, al desbaratar los mercados globales.

  • Tampoco debemos olvidar que los precios siguen muy por encima de las medias históricas y que podrían volver a dispararse si la reapertura económica de China, que ha revertido completamente su política de cero Covid, la lleva a aumentar las compras de gas.

  • Por tanto, parece que la incertidumbre y volatilidad del precio del gas se va a mantener durante este 2023, de no variar las circunstancias geoestratégicas y la coyuntura económica derivada de las mismas. Este también es el parecer del ministro de Energía de Qatar, para quien los mercados del gas natural podrían sufrir fuertes variaciones durante los próximos años, ya que la oferta sigue siendo insuficiente para satisfacer la creciente demanda.

Estaremos muy atentos para contarlo.




Apuntes sobre la inflación de diciembre.

La tasa anual de la inflación subyacente se eleva 6 décimas en diciembre (dato adelantado), hasta el 6,9%, superando la inflación general. Sigue muy elevada, no es un dato bueno.

En variación MENSUAL, suben tanto la general (+0.3) como la subyacente (+0,8). La inflación subyacente es un indicador más preciso de coyuntura presente que el dato general, ya que muestra los cambios que se producen en los precios en el corto y en el medio plazo, eliminando efectos volátiles. Y estos son los que nos afectan de lleno a los ciudadanos.

En el contexto actual, la inflación general está afectada por topes, subvenciones, bajadas extraordinarias de impuestos y cálculos aún incompletos de los precios que pagan las familias por la energía y otros factores. Su reducción es buena señal porque nos marca la tendencia de los próximos meses y contribuye a anclar las expectativas, pero no impactará de lleno en los hogares mientras la subyacente no se modere, y ya vemos que por el momento no lo hace. Por tanto, seamos prudentes en nuestros análisis y no nos precipitemos al sacar conclusiones.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) publica también otro dato muy relacionado con la complicada coyuntura económica actual: el ahorro de los hogares, que prosigue con su caída. La tasa de ahorro sin efectos estacionales y de calendario es del 5,7% de su renta disponible, 2,7 puntos inferior a la del trimestre anterior.

Habrá que estar muy atentos a la evolución de esta coyuntura durante los próximos meses. La ralentización económica combinada con alta inflación tiene un nombre muy feo.


Actualización: el dato definitivo de diciembre fue de un 7% en la subyacente, con un 15,7% la alimentación.

¿Qué factores influirán más en el consumo los próximos meses?

He sido invitado por la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución (ANGED) a participar en el Barómetro #Topcommerce, para compartir mi visión sobre los factores que más van a influir en el consumo en los próximos meses.

Aquí el acceso a las colaboraciones del Barómetro.

Okupando, que es gerundio

La estadística del Ministerio del Interior indica que en los últimos 5 años (desde 2017 hasta 2021) las okupaciones de viviendas crecieron un 63% al pasar de 10.619 a 17.274. En valores absolutos, el mayor número de incidentes durante 2021 ha tenido lugar en Cataluña, Madrid, Andalucía y la Comunidad Valenciana, según muestra este mapa de El Mundo:

"La mayoría de casos hace referencia a usurpaciones -ocupaciones de pisos vacíos (una herencia, por ejemplo) o del banco-, mientras que los allanamientos -cuando se okupa una vivienda habitual, ya sea primera, segunda o tercera residencia- son residuales."

En relación con el parque total de viviendas en España (25.976.305) el número de okupaciones es, en efecto, reducido, pero lo importante aquí es la tendencia incremental, que se acelera claramente, y la creciente inseguridad jurídica que ello conlleva, muy perjudicial para el mercado de la vivienda de alquiler, ya muy tensionado.

Con datos de los Ministerio de Interior y de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana , he confeccionado la siguiente tabla, donde podemos ver el ranking de CCAA según ratio de okupación por cada 1000 viviendas, que en mi opinión es más significativo que el simple valor absoluto o el ratio por población:

2022, el año que no fue: coyuntura, perspectivas e incertidumbres

2022 el año que no fue: coyuntura, perspectivas e incertidumbresha sido el título de la sesión que, un año más, impartí en Icade Asociación Profesional. Una revisión de los datos y previsiones que en cierta medida ya había anticipado en mi sesión del pasado julio 2021 de cara a una salida de la pandemia, y a la que he tratado de incorporar los problemas derivados de la guerra de Ucrania, de imprevisibles consecuencias.

Aquí tienen el vídeo completo de la presentación:

¿Hacia una japonización económica global?

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Hace unos días, desayunaba con la noticia de que la deuda global alcanzará la astronómica cifra de de 277 billones de dólares a finales de 2020, según el Instituto de Finanzas Internacionales (IFF), con un incremento anual de 15 billones de dólares, de los cuales un 50% corresponden a deuda pública. El estallido de la pandemia no ha hecho sino acelerar una tendencia que ya se estaba produciendo en años anteriores.

La deuda total de los países desarrollados alcanzó el 432% del PIB en el tercer trimestre, desde el 380% existente a fines de 2019. La deuda de los emergentes con respecto al PIB llegó al 250% en el tercer trimestre, con China en un 335%.

Por otra parte, y en otro rally paralelo a esta explosión de deuda, los activos totales de los cuatro grandes bancos centrales superaban al cierre de octubre de este año los 27 billones de dólares (21,7 sin contar el Banco Central de China).

Tan llamativos como los gráficos anteriores son los que reflejan el tamaño de dichos balances sobre el correspondiente PIB de los países, así como la inquietante evolución de los activos totales de los bancos centrales en relación con el índice SP&500.

Este incremento espectacular y al unísono de la deuda y de los balances está intimamente ligado al impacto del COVID-19: los bancos centrales se han lanzado a financiar masivamente los paquetes de estímulo y ayuda de los gobiernos, adquiriendo enormes cantidades de deuda pública, pero también corporativa. Y los mercados, pese al desplome económico global, se han sumado a la fiesta de los bonos.

Todo ello nos hace preguntarnos si esta tendencia es sostenible y si puede ser revertida una vez tengamos controlada la pandemia y la actividad económica retorne a niveles más o menos normales.

La japonización, un escenario probable.

De todos los escenarios futuros de coyuntura que he podido analizar estos días, el que me parece más interesante y probable es el que planteaba The Economist Intelligence Unit hace unas semanas: todo apunta a que entramos en una larga época marcada por su bajo crecimiento, baja inflación y alto endeudamiento.

El razonamiento es sólido. En un entorno de tipos de interés cero (bancos centrales con la chequera abierta) y de inflación muy baja (parón económico y ahorrro en máximos por la incertdumbre), el recurso a la deuda es fácil e inmediato, con un coste de servicio virtualmente nulo. Los gobiernos de los países desarrollados se han lanzado a gastar como si no hubiera mañana y sin importar que sus déficits fiscales se disparen, incluso con cifras de dos dígitos; ya tocará lidiar con la deuda más tarde.

El problema es que “más tarde” va a ser muy complicado remontar el vuelo y atender al excesivo endeudamiento, por varias razones:

  • No es probable que en los países desarrollados, una vez controlada la pandemia, se decidan acometer políticas de austeridad, dado el enorme coste político que puede tener para sus gobiernos, ya sometidos a duro escutrinio por su gestión en los meses precedentes. En este sentido, no cabe esperar grandes reformas estructurales que permitan optimizar el gasto público.

  • Por otra parte, aunque son de esperar subidas de impuestos, éstas serán insuficentes para cubrir las necesidades de un gasto que no se quiere reducir, especialmente en aquellos países que, como el nuestro, ya partían de una posición fiscal más frágil.

  • Mientras los inversores vean el apoyo de los bancos centrales al festival de endeudamiento de las grandes economías del planeta, no hay razón para que los mercados dejen de seguir apostando por la deuda soberana como activo seguro, incluso en el caso más delicado de Italia o España, países de la eurozona que cuentan con el apoyo del BCE.

En palabras del EIU:

“Esto significa que, en cuanto a la gestión de la deuda soberana, las economías avanzadas podrían darse cuenta de que no necesitan hacer absolutamente nada. Con el tiempo, si el crecimiento nominal sigue siendo superior a los tipos de interés, las acumulaciones de deuda simplemente desaparecerán; con tasas de interés en cero, y suponiendo que los estímulos logren impulsar el crecimiento, esto no parece una suposición descabellada. Los gobiernos de los países desarrollados esperarán a que los inversores sigan dispuestos a invertir en sus bonos; con la relación deuda / PIB disparándose en todas las economías avanzadas, el límite en el que dichos inversores consideran que la deuda soberana tiene demasiado riesgo podría pasar del 100% del PIB a, digamos, el 200% del PIB.”

Todo ello, con un importante factor añadido: aunque en este contexto el riesgo de un incremento súbito y peligroso de la inflación siga existiendo, con la consiguiente necesidad de subida de tipos y el encarecimiento inasumible de la deuda soberana y corporativa, no parece que ello vaya a ocurrir.

La teoría económica nos dice que la inflación debería incrementarse a medida que la recuperación avanza, pero estos últimos años ya hemos visto como tal premisa no se cumple. En primer lugar, desde 2009, la relación entre desempleo e inflación ha estado fuera de sincronía. Asimismo, el exceso de liquidez no se ha traducido en una mayor inflación, sino que se ha canalizado hacia los mercados financieros, como hemos visto en un gráfico anterior.

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En definitiva, las economía avanzadas podrían estar entrando perfectamente en la misma situación en la que Japón lleva ya décadas: crecimiento lento, baja inflación y muy alto endeudamiento.

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En efecto, pese a los enormes estímulos fiscales movilizados por el gobierno nipón para dinamizar su economía (el famoso Abenomics), el crecimiento se ha mantenido consistentemente bajo, la inflación no ha repuntado y la deuda ha alcanzado el 240% del PIB. Entretanto, los activos del balance del banco central japonés ya suponen la friolera del 137% del PIB, sólo un 8% menos que en la Reserva Federal, siendo la economía norteamericana 4 veces mayor que la japonesa. Y a todo ello debemos sumar el declive demográfico, que también comparten en mayor o menor medida las economías desarolladas. ¿Les suena familiar todo esto?

Sin otros acontecimientos globales o nuevas dinámicas que introduzcan cambios sustanciales, el panorama que tenemos por delante no es muy halagüeño.

“La zombificación de las economías avanzadas ha llegado para quedarse.”

Dinero e innovación: el despegue de los pagos móviles

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Caixabank me ha invitado amablemente a reflexionar sobre el futuro del dinero, con motivo del su apuesta decidida por tecnología y las diferentes soluciones de pago móvil que pone a disposición de sus clientes. Es un tema, en efecto, apasionante.

Un mundo de cash, pero cada vez menos

En los años anteriores a la irrupción de la pandemia del COVID-19, la tendencia en muchos países del mundo, especialmente del más desarrollado, venía marcada por un espectacular desarrollo de los medios electrónicos de pago y al interés de muchas naciones por limitar el dinero en metálico, lo que llevó a numerosos analistas a predecir su desaparición, aunque la realidad todavía distaba mucho de tal previsión: el cash seguía suponiendo el medio de pago más extendido en todos los continentes. El 75% de los países con informes anuales sobre la cuestión, reportaban que las transacciones en monedas y billetes superaban aún el 50% del total.

A este hecho debemos añadir otro dato relevante: en todo el planeta, 1.700 millones de adultos no disponen de cuenta en una entidad financiera, según datos de la World Bank’s Global Financial Inclusion Database. Un 63% de los adultos de las economías en vías de desarrollo tienen una cuenta (frente a un 94% en los países de la OCDE y un 69% global), y ese porcentaje se reduce considerablemente en los percentiles de extrema pobreza. Existe asimismo una relevante brecha de género (72% de hombres versus 65% de mujeres tienen una cuenta), significativamente mayor en los países menos desarrollados. No obstante, incluso en tales condiciones, los hábitos financieros están cambiando, gracias a la tecnología. Un ejemplo muy notorio de ello es África.

En efecto, muchos ciudadanos del continente africano han ido descubriendo que, frente a la enorme falta de seguridad, la incertidumbre y la inestabilidad financiera de sus países, hay una solución asequible, segura y rápida para sus pagos: los dispositivos móviles. El 12% los adultos del África subsahariana tenía en 2014 una cuenta de pagos por móvil, mientras que el 2% la tenía a nivel mundial. En 2017, el África subsahariana seguía siendo el líder mundial en el uso de dinero móvil, con el 21% de adultos y subiendo. Casi la mitad de ellos declaró además tener solamente su cuenta de dinero móvil, sin necesidad de cuenta corriente. Este mismo despegue ha arraigado en otras partes del mundo. Los pagos móviles desempeñan un papel importante en economías frágiles y afectadas por conflictos, incluidas áreas que requieren respuestas de emergencia urgentes. Esta versatilidad es muy importante, como veremos más tarde.

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Pero no sólo en algunas áreas de África se estado produciendo un cambio notable. En el Asia-Pacífico, con un fuerte peso tradicional del dinero en metálico, la adopción de modelos de pago electrónico está creciendo a gran velocidad, en algunos casos exponencialmente. Países como India, Japón, China y Australia están desarrollando un ecosistema potente y estable para el crecimiento exponencial del mercado de pagos móviles. En China, la cuota de mercado de los pagos móviles representaba en 2018 el 83 por ciento de todos los pagos. En India, la ley de desmonetización generó una conciencia generalizada sobre otros modos de pago además del efectivo.

Para hacernos una idea de la dimensión de este fenómeno, el mercado de pagos móviles estaba valorado en 1,13 billones de dólares en 2019 y, antes de la aparición del coronavirus, se esperaba que alcanzara un valor de 4,69 billones para 2025, a una tasa de crecimiento anual compuesto del 26,93% (2020-2025).

Y es que, de manera ya generalizada, los teléfonos móviles (especialmente los teléfonos inteligentes, de toda gama) se han convertido en un producto cotidiano y esencial para las personas, al igual que lo es Internet. Ello ha propiciado a su vez el crecimiento del mercado de pagos móviles, como parte integrante y natural del todo digital.  No hay vuelta atrás.

Y EN ESTAS LLEGÓ EL COVID-19

El Banco de Pagos Internacionales publicó un boletín informativo en abril que afirmaba que la pandemia podría acelerar definitivamente el cambio hacia los pagos digitales en todo el mundo, incluidas las monedas digitales de los bancos centrales. En este caso, el COVID-19 puede actuar como catalizador definitivo de un cambio estructural que ya estaba acelerando con anterioridad.

La expansión del coronavirus nos ha obligado a llevar máscaras, a mantener el distanciamiento físico y, también, a escuchar muchas recomendaciones sobre evitar el uso de efectivo cuando sea posible. A pesar de la evidencia científica que indica que la moneda no transmite COVID-19, el miedo al contagio podría acelerar la tendencia de las aplicaciones de pago digital y reducir el uso de efectivo en la sociedad.

Según cuenta el Financial Times, los volúmenes de transacciones en cajeros automáticos cayeron hasta un 62 por ciento interanual al comienzo del confinamiento del Reino Unido, pudiendo estabilizarse la caída entre un 30-40% tras la recuperación. En España, la caída alcanzó el 90%.

En este contexto de incertidumbre e inseguridad, esta vez sanitaria, la rapidez, facilidad y seguridad de las alternativas de pago móvil resultan cada vez más atractivas. No es de extrañar que las principales entidades financieras, como Caixabank, estén centrando sus esfuerzos en proporcionar a sus clientes soluciones robustas, punteras y efectivas en este ámbito, fomentando los ecosistemas “cashless”. Soluciones donde garantizar la seguridad es lo primero, para luego aplicar la tecnología necesaria a su alrededor. 

En el caso de Caixabank, las opciones a disposición del usuario son muy variadas:  desde las habituales tarjetas contactless, que se pueden integrar y gestionar totalmente desde una sola app, hasta el pago móvil integrado y la posibilidad, que encantará a los usuarios más tecnológicos, de descargar la tarjeta en relojes inteligentes. Las operaciones se validan con tecnología biométrica, como la huella dactilar o el reconocimiento facial, además de disponer de sistemas robustos de verificación y bloqueo. Yo mismo uso habitualmente alguna de esas soluciones, y ya no les digo los jóvenes de la familia, como nativos digitales que son.

Además de evitar la necesidad de sacar y llevar efectivo, engorroso para las transacciones de pequeño importe, el pago digital seguro ofrece numerosas ventajas respecto al dinero en metálico, tanto para clientes como para comercios: el proceso de pago es más ágil, se evitan colas en los comercios y errores en los cambios.

Un último apunte para la reflexión: muchos economistas ven las soluciones de pago móvil y en la reducción drástica del dinero en metálico una de las herramientas más potentes para combatir la pobreza. Otros inciden en los beneficios que ello supondría en cuanto a la lucha contra la corrupción. Sólo persiste una importante y comprensible preocupación: que la desaparición del efectivo acabe con uno de los pocos reductos de libertad individual que le quedan al ciudadano. Por ello resulta tan importante que los pagos móviles puedan garantizar, además de la sencillez y comodidad, la confidencialidad e integridad de las transacciones. Es ahí donde se concentra el esfuerzo innovador de las entidades más punteras; ello determina la ventaja competitiva del producto. 

El dato

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“Los datos no son información, la información no es conocimiento,
el conocimiento no es comprensión, la comprensión no es sabiduría.”

- Clifford Stoll, astrónomo y escritor

El dato

30 de octubre de 2020: el PIB español registró una variación del 16,7% en el tercer trimestre de 2020 respecto al trimestre anterior en términos de volumen. En el segundo trimestre la tasa fue del −17,8%. La variación interanual del PIB se sitúó en el −8,7%, frente al −21,5% del trimestre precedente. Fuente: INE.

La “información”

A los pocos minutos de salir los datos anteriores, empiezan a publicarse titulares como éste de El Economista:

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Otros medios siguieron con la fiesta. El Periódico, el Heraldo de Aragón, el Huffington Post, 20 Minutos, el País… abrieron con parecidos titulares de “Última Hora” en sus redes y espacios digitales: aumento histórico y salida de la recesión. Parecía que se hubiera producido el milagro de Lourdes o la multiplicación de los panes y los peces.

Un lector no familiarizado con la economía, como son por desgracia la mayoría de ciudadanos españoles, podría haber pensado que lo peor de la crisis había pasado y que ya estábamos en la senda de la salvación económica. ¡Pero si hemos salido de la recesión, que lo dicen en los medios! ¡Es además HISTÓRICO!

Técnicamente, decir que “habíamos salido de la recesión” era un dato correcto: el término recesión económica se aplica en las situaciones en que los países que sufren crecimientos negativos en su Producto Interior Bruto (PIB) durante, al menos, dos trimestres consecutivos. No obstante, tales titulares no proporcionaban ninguna información de valor añadido que hiciera comprender la realidad a sus lectores, máxime teniendo en cuenta que la economía todavía está deprimida um 8,7% con respecto al año anterior. Un 8,7%.

Análogamente, decir que “el crecimiento había sido histórico” tampoco era erróneo: no existen registros anteriores sobre una subida económica del tal magnitud. Pero, de nuevo, ese dato en bruto, fuera de contexto, no estaba ofreciendo una información fidedigna sobre el hecho económico que pretendía describir. Era un dato tan “histórico” como la caída del 17,8% del trimestre anterior. Raro habría sido no rebotar significativamente desde aquel batacazo, una vez reabierta la economía.

Ambas expresiones, “salir de la recesión” e “histórico”, colocadas así juntas, reforzaban un entendimiento defectuoso de lo ocurrido, convirtiendo un dato francamente positivo en una anécdota triunfalista para animar al clic y posiblemente desviar la atención del público. Una forma de trabajar demasiado habitual en muchos medios y que flaco favor hace al buen periodismo económico.

Un titular mucho más preciso y correcto, que reflejaba con dos datos y pocas palabras la información necesaria, es el que publicó Javier G Jorrín (uno de los mejores periodistas económicos de la actualidad) en el Confidencial. No fue el único, afortunadamente.

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El conocimiento

La información del titular del Confidencial, acompañada con el gráfico adecuado, proporcionaba en apenas un vistazo un conocimientro general, básico pero adecuado, de la situación, que tan bien explicaba un poco más tarde el profesor Manuel Alejandro Hidalgo en un tuit:

“Pero es fundamental que entendamos estas cifras como lo que son, una valoración de un flujo de renta que se paró parcialmente en el IIT como consecuencia de lo más duro del confinamiento y que durante los meses de junio a septiembre en parte se reactivó. Son cifras estratósfericas asociadas al hecho simple de parar y reactivar.”

Este hecho se reflejaba de manera cristalina en un gráfico de mi apreciado Combarro, compañero de fatigas en Thinknomics. A menudo, una imagen habla mucho mejor que mil palabras:

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Un poco más tarde, el mismo Combarro nos ofrecía un gráfico similar del PIB, pero sin el efecto del consumo público, que nos daba una visión muy precisa de la situación en la que nos hallamos:

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Esa gráfica nos cuenta que hay varios sectores de nuestra economía (en especial el sector servicios y, de manera mucho más cruda, el turismo y la hostelería) que no han recuperado los niveles pre-pandemia y a los que todavía les queda un largo y doloroso camino por delante.

La gráfica esconde asimismo un concepto matemático muy básico pero que mucha gente desconoce o ha olvidado, y que está relacionado con las pérdidas y recuperaciones. Yo siempre lo ilustro con un ejemplo sencillo de comprender: una pérdida del 20% en mis 100 euros me deja con 80 euros en el bolsillo. Una subida del 15% sobre mis restantes 80 euros, me deja con 92 euros. He perdido al final 8 euros, un 8%. Si esa subida hubiera sido del 20%, la caída final aún sería del 4%. Este es un concepto importante en economía, y mucho más en finanzas: si pierdo un X% y luego recupero ese mismo X%, al final me quedo con menos dinero que el que tenía.

En definitiva, los llamativos titulares publicados ese día acerca de esa rutilante “subida histórica y salida de la recesión” no aportaban un conocimiento útil sobre la realidad de un dato muy positivo, dato que sin embargo no nos sacaba de la crisis y que, además, resultaba muy probablemente efímero, puesto que, a fecha de su publicación, ya estábamos siendo sometidos a confinamientos cada vez más intensos ante los rebrotes del COVID-19. Todo ello, sin contar con que todavía tenemos la economía conectada a las máquinas de respiración asistida. Y que no disponemos de recursos para mantenerla permanentemente enchufada sin hacer más destrozos a las ya muy maltrechas cuentas públicas.

La sabiduría

Lo que les cuento en este artículo un ejemplo puntual, apenas una anécdota, pero que a base de repetirse se está convirtiendo en un proceder cada vez más habitual.

A estas alturas, creo que podrán coincidir ustedes conmigo que sin una información económica (y de otro tipo) que presente y trate datos veraces de manera honesta, responsable y comprensible, muy pobre será el conocimiento que los ciudadanos puedan adquirir de la realidad, tan necesario para el debate público y la adquisición de un mínimo sentido crítico. Y sin conocimiento no hay saber de las cosas que valga, esto es, no hay manera de utilizar la información para mejorar el valor de nuestras acciones o decisiones, lo que constituye el quid de la sabiduría.

Quizás sea precisamente éste el objetivo de algunos; hurtarnos de esta posibilidad de conocimiento para convertirnos en seres desinformados, acríticos, dóciles y manipulables. Carne de cañón para populismos y totalitarismos.