Sobre deuda, déficit, mentiras y estadísticas varias

Descubro gracias al siempre inquieto Simón González de la Riva un excelente (a la par que inquietante) "paper" de Luis Espinosa Goded, titulado "El Soprendente Caso de la Medición de la Deuda Griega. Crímenes, Mentiras y Estadísticas".

En el trabajo, partiendo del ejemplo de la crisis de Grecia y de documentos de la Unión Europea, se cuestiona la posibilidad de medir la deuda de los países y las dificultades que una medición tan compleja presenta, así como de armonizar tales mediciones entre unos estados que emplean metodologías diversas. El autor pone asimismo en tela de juicio la capacidad de Eurostat para ejercer como supervisor eficaz de los datos proporcionados por los países miembros.

Concluye que datos como la deuda pública (o el déficit) no se pueden medir ni calcular con precisión, tan sólo "estimar" con un amplio margen de error y una limitada capacidad de supervisión por los organismos supranacionales. 

En el caso del déficit, Luis Espinosa apunta:

Las estadísticas las elaboran los estados miembros y las remiten a Eurostat, quien las publica conjuntamente ‘haciéndolas suyas’. Al ser los Institutos de Estadística organismos de los estados, y al tener las estadísticas presentadas tan importantes consecuencias económicas y políticas, los incentivos en juego para la presentación de datos ‘mejorados’ son altos. Así se reconoce en una Staff Discussion Note del Fondo Monetario Internacional, ’Accounting devices and fiscal illusions’, en el que se advierte de que:

’A government seeking to reduce its deficit can be tempted to replace genuine spending cuts or tax increases with accounting devices that give the illusion of change without its substance, or that make the change appear larger than it actually is. Under ideal accounting standards, this would not be possible, but in real accounting it sometimes is’.

En la nota se analizan hasta cinco maneras de hacer “desaparecer” parte del déficit:

1) Hidden Borrowing
2) Disinvestment
3) Deferred Spending
4) Foregone Investment
5) Disappearing Government.

Pueden consultar el documento (muy recomendable también) al que hace referencia el autor en este enlace. Muchos de los subterfugios que en él se describen les serán muy familiares; yo suelo denominarlos familiarmente el Kit Maybelline de no pocos gobiernos.

El caso de las cifras del déficit griego resulta paradigmático:

Termina el "paper" con una cita memorable del Estadístico Jefe de la Unión Europea, señor Redermacher:

The truth is not my business. I am a statistician. I don’t like words like ‘correct’ and ‘truth.’ Statistics is about measuring against convention.

Ahí queda eso. Para analizar y pensar. Mucho.

 

 

Empeñarse en el error

No hay nada más peligroso en finanzas que empeñarse en el error.

A menudo lo hacemos por un exceso de soberbia, temeraria para cualquier ejecutivo, pero la mayoría de las veces es consecuencia de nuestra propia psicología, que tiende a ser conservadora.

Matteo Motterlini, en su excelente y muy recomendable libro "Economía emocional - En qué nos gastamos el dinero y por qué -" (Paidos, 2008) lo explica muy bien. Se trata de la trampa de los costes ocultos

Nuestra propensión al conservadurismo a veces no sólo es manifiesta, sino también perjudicial. Por ejemplo, cuando nos empeñamos en una mala inversión sólo por el hecho de que ya hemos invertido mucho. Esta vez eres el administrador delegado de una conocida multinacional de la confección que ha invertido 10 millones de euros para proyectar unas revolucionarias zapatillas de deportes inteligentes, capaces de autorregularse en función del tipo de terreno y de las características del usuario. Cuando el proyecto está completado al 80%, te enteras de que otra empresa, también importante, ya está comercializando unas zapatillas con las mismas características, que funcionan mejor y cuestan menos de laas que tú quisieras producir.

Pregunta: ¿inviertes el restante 20% para acabar el proyecto?

Cerca del 85% de los sujetos que se han sometido a este experimento han respondido de manera afirmativa. Gastaría lo necesario para no dejar el proyecto incompleto, si bien el producto no tiene ninguna de probabilidad de competir con el rival y la inversión no puede generar más que un mayor despilfarro de dinero. Pero si se reproduce el mismo escenario poniendo a cero los costes anteriores y se pregunta quién estaría dispuesto a poner 2 millones de euros para proyectar un producto nítidamente inferior a uno rival, el porcentaje de aquellos que invertirían el propio dinero cae drásticamente. Éstos determinan, de manera correcta, la propia estrategia en base a los costes y los beneficios futuros.

Pero entonces ¿por qué en el primer caso nos dejamos condicionar por los gastos pasados? Evidentemente por la incapacidad de tomar nota de un fracaso.

Un fenómeno mucho más difundido de lo que se cree. Merece la pena pensar en ello ¿no les parece?

A vueltas de nuevo con la curva ABC de la corrupción y la transparencia radical

Visto el mal fario que parece estar sufriendo últimamente el partido del Gobierno, casi podríamos haberlo augurado: fue escuchar el pasado domingo al presidente Rajoy  referirse como "algunas pocas cosas" a los casos de corrupción, y acto seguido empezar el lunes con 51 detenidos y un fraude estimado de 250 millones en ayuntamientos y comunidades autónomas. Si a todo esto sumamos las semanas que llevamos desgranando los penosos detalles del despilfarro de las "tarjetas black" de Caja Madrid, así como la consabida ristra de casos abiertos, obtenemos una tormenta perfecta de hartura ciudadana.

Les diré una cosa: estoy de acuerdo con nuestro presidente del gobierno. No creo, ni mucho menos, que todos los políticos sean corruptos; ni los del Partido Popular ni los de otras formaciones. Sí opino, por el contrario, que muchos ciudadanos, si no la mayoría, lo piensan. La realidad aparente no proporciona argumentos para desmentirles, como tampoco lo hace la respuesta tibia y deslavazada de instituciones, organizaciones y dirigentes ante los comportamientos inaceptables de tantos individuos que se dicen dedicados al servicio público.

Tales carencias demuestran una incomprensión palmaria de como funciona la consciencia colectiva en un mundo globalizado e hiperconectado como el actual.  Se olvida que tan importante como la existencia o no de corrupción (un hecho que acompaña al ser humano desde tiempos inmemoriales), lo es la percepción ciudadana sobre la mismaesa percepción, a mi entender, funciona como una curva de costes ABC cualquiera. 

Lo he explicado otras veces: el análisis ABC, derivado del Principio de Pareto, es un método de clasificación utilizado en muchas áreas de gestión. Permite identificar y categorizar aquellos elementos que tienen un impacto relevante en un valor global (costes, inventarios, ventas, resultados, etc.), permitiendo establecer niveles y estrategias de control específicas para cada uno de ellos. Por ejemplo, al analizar un inventario se detecta, por ejemplo, que el 20% de los artículos representan el 80% del valor total del stock. El 80% de los artículos restantes, por el contrario, suponen sólo el 20% de ese valor. Tiene todo el sentido, por tanto, centrar los esfuerzos de control en esa minoría de elementos que aglutinan gran parte del valor.

Lo mismo ocurre con la percepción de la corrupción. Estoy convencido que la mayoría de los políticos, más del 80%, son personas honradas a carta cabal pero con impacto muy reducido en la valoración ciudadana sobre la honestidad de nuestros servidores públicos. Aquí están desde los militantes de base hasta los cargos intermedios o directivos de pequeñas entidades que hacen su trabajo diario con profesionalidad, decencia y dedicación. Cualquier caso de corrupción en estas esferas resulta poco notorio, tiene escasa repercusión externa y es normalmente resuelto por la propia organización (salvo que ésta sea totalmente corrupta).

Por consiguiente, bastante menos del 20% del sistema político aglutina la mayor parte de la percepción sobre corrupción. Nos hallamos ya en el nivel dirigente, en el que se adoptan las decisiones políticas de envergadura y se gestionan grandes recursos económicos. Cualquier incidencia en esta minoría de élite impacta de forma decisiva en la opinión pública. Lo hace, además de forma casi instantánea, amplificada y distorsionada geométricamente por los medios de comunicación y las redes sociales, a menudo de forma interesada y espuria.

Afirmar delante de los ciudadanos que los casos de corrupción son "unos pocos" (aunque cuantitativamente sea cierto), o que la percepción de corrupción actual no tiene un impacto significativo en nuestra economía o marca país, resulta aventurado y poco prudente, por mucha serenidad y aplomo que demostremos cara al público. 

No hay manera de sustraerse a este escrutinio intensivo y global; lo que debemos hacer es gestionarlo adecuadamente. Y eso sólo se consigue, a estas alturas, cuando el peor daño ya está hecho, mediante un ejercicio de transparencia, rendición de cuentas y asunción de responsabilidades por parte de nuestros líderes políticos, sociales y económicos como no se ha visto nunca en nuestro país, manifestada más en hechos rotundos y constatables que en la promulgación de normas y más normas y decálogos y códigos de conducta. Como muy bien expresa Simón González de la Riba en un reciente artículo de Sintetia:

Y añade el autor:

La conciencia de poder estar bajo el escrutinio ajeno en cualquier momento (ahora o en el futuro) modula el comportamiento tanto o más que la presencia explícita de un vigilante o un código de conducta.

Y tan sólo la permisividad hacia el comportamiento deshonesto por parte de personas pertenecientes al mismo endogrupo con el que nos identificamos cada uno relajará nuestro comportamiento moral.

Nos referimos, por tanto, a una transparencia radical de personas e instituciones en su actividad pública, con lo que conlleva de sometimiento al análisis de cientos de miles de españoles, muchos de ellos expertos en su área de actividad: economistas, contables, administrativos, empresarios, juristas, investigadores, sociólogos, etc.  Españoles que tienen mucho que decir y todavía mucho más que aportar al bien común, no sólo sus rentas. Todo ello no está reñido con la necesaria protección de la privacidad y de la  información sensible o estratégica para la nación. Como siempre, en el equilibrio encontraremos la virtud.

La transparencia, como he apuntado, debe venir acompañada por una ejemplaridad contundente, sin matices, alejada de zonas grises y de consideraciones de leguleyos. Porque antes de cualquier imputación o trámite judicial está siempre la responsabilidad personal y la ética del correcto proceder. Todos podemos equivocarnos, todos, pero la mera conciencia de haber sido negligentes en nuestro deber ante el ciudadano o de no haber actuado conforme a un estándar de irreprochabilidad pública, debería bastarnos para reconsiderar el mantenimiento de cualquier cargo de naturaleza política. Un precepto que debería extenderse también a los medios de comunicación y a la actividad empresarial.  

Los ciudadanos, esa gran masa personas que sufrimos impuestos y demás restricciones, tenemos el derecho, no sólo de votar, sino de auditar el proceder público y de contribuir a mejorarlo honestamente con nuestra propia experiencia y conocimientos.

No estamos hablando de ideología, sino de justicia y equidad en el gran pacto social que configura nuestro Estado. Estamos hablando del único camino viable para nuestro futuro. 

Calidad, claridad y concisión

Nota: entrada del 24/11/2008 recuperada y adaptada de mi antiguo y desaparecido blog.

José Antonio Millán mantiene abierta desde hace mucho tiempo su página "Perdón Imposible: Guía para una puntuación más rica y consciente ", todo un referente en lo que a redacción textual se refiere. Se trata de una extensión Web de su libro del mismo título. Éste nace de una curiosa anécdota atribuida a Carlos V. Según parece, al emperador le presentaron una sentencia para su firma. En ella se decía: "Perdón imposible, que cumpla su condena". En un momento de magnanimidad, el rey Carlos cambió la coma de lugar y el texto quedó así: "Perdón, imposible que cumpla su condena". Un pequeño gran cambio para el pobre reo.

La anterior anécdota viene a cuento por la poca importancia que solemos dar a la expresión escrita en el día a día de nuestros negocios. Además, a la mayoría de directivos y mandos intermedios españoles nos entra la vena gongorina al redactar informes, memorandos o notas de trabajo. Nos creemos poseedores de una pluma exquisita y empezamos a construir textos floridos, con párrafos interminables, repletos de adjetivos, adverbios, conjunciones y oraciones subordinadas. Textos que uno empieza y no termina nunca de leer, pues son como la escalera de Escher: un puro circunloquio que acaba por devolverte al punto de partida.

La causa de nuestra verborrea se debe, creo yo, a carencias formativas. La enseñanza de una correcta expresión escrita no es asignatura obligada ni en Institutos ni en Universidades; depende mucho de lo que exija cada docente. Tampoco en los masters y cursos de especialización se cuida demasiado esta faceta, otorgándose mucha más importancia a las presentaciones visuales y a la oratoria del individuo.

Sin embargo, no somos del todo conscientes del impacto que sobre el negocio puede tener un informe mal redactado, unas especificaciones imprecisas, unas recomendaciones confusas o un plan de empresa difícil de comprender. Y no digamos ya con imperdonables faltas de ortografía, tan a la orden del día. He leído textos de personas presuntamente bien preparadas que llevaban al puro sonrojo.

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Pienso que nuestra hermosa lengua, tan rica en matices, puede tener parte de culpa. La estructura del idioma inglés, por el contrario, facilita la sencillez y concisión a la hora de redactar, cualidades que debemos copiar sin rubor en nuestros textos de empresa. Sujeto, verbo y predicado constituyen el esquema básico de partida, del cual no deberíamos alejarnos demasiado.

Veamos un pequeño ejemplo sacado de la realidad. He aquí el texto de marras: 

Nuestros objetivos principales deberían ser, por su capacidad de crecimiento y oportunidades de negocio, muy especialmente en nuestro sector, los mercados emergentes.

Sin complicarnos tanto la vida, podríamos haber escrito lo siguiente:

Nuestros objetivos principales deberían ser los mercados emergentes, por su capacidad de crecimiento y oportunidades de negocio, especialmente en nuestro sector.

¿No les parece que se lee mejor?

Además de la organización sintáctica, la correcta puntuación de nuestros textos resulta también una tarea complicada. En esto, la sobriedad debe igualmente ser ley. Es preferible un punto y seguido que cinco comas, siempre. No deberíamos usar el punto y coma si no conocemos bien su función, y un punto y aparte puede salvar a cualquier párrafo de un destino tedioso.

Para probar la dificultad de una correcta puntuación, José Antonio Millán propone el siguiente texto literario: 

En la pared colgadas se ven dos hermosas fotografías una la de una dama de bellos y pensativos ojos con unos rizos sedosos tenues sobre la frente otra la de una niña tan pensativa y bonita como la anterior dama pero en la casa no se oyen voces femeninas.

Anímense a probar sin buscar la solución. Una pista: hay ONCE signos de puntuación.

En definitiva, cualquier ejecutivo (o administrativo) debería esforzarse por conseguir las "tres ces" que constituyen el título del presente artículo: Calidad, Claridad y Concisión.

Unos consejos finales:

  • Use frases cortas y comprensibles, con un vocabulario preciso y adecuado al asunto que se trate.
  • Evite los párrafos demasiado extensos. Utilice un párrafo por cada idea principal que pretenda expresar.
  • El texto debe reflejar una línea lógica de razonamiento. Introducción, antecedentes, desarrollo y conclusión no deberían faltar en ningún documento de trabajo.
  • Ante la duda, elija siempre la sencillez.
  • Recurra al diccionario y a los libros de estilo cuantas veces sea necesario.
  • Deje reposar el documento un cierto tiempo. Haga una segunda lectura y elimine todo aquello que no aporte valor. Tache, siempre tache: propóngase hacerlo en cada ocasión. Adelgazar es bueno.
  • Si puede, utilice la técnica del "burro patrón": haga que una tercera persona no "contaminada" por el tema lea el texto. Sea humilde y permita que le corrijan.

En esta cuestión, como tantas otras, la práctica nos acerca a la inalcanzable perfección.

Incentivos Vs trabajo burocrático: una compleja "ciencia"

Hace una semana publicaba en Sintetia una reflexión sobre la insuficiencia del incentivo económico cuando nos hallamos ante un trabajo rutinario en las trincheras amedministrativas. Factores tales como que demuestren aprecio por nuestro trabajo, mantener una buena relación con nuestros jefes, desempeñar una labor gratificante, tener un espacio de trabajo agradable, y la existencia de otros beneficios no pecuniarios, pesan tanto o más que la pura retribución económica. La clave está en que la gente que trabaja en la empresa perciba que está mejor formando parte de ella. 

El pernicioso paradigma del "Too Big To Fail" (II): nota a pie de post

Hace unos día reflexionábamos en el blog sobre el mantra del "Too Big To Fail", dominante en la regulación y configuración financiera en las últimas décadas, y una de las causas principales del importante desajuste del sistema actual.

Mencionábamos también la ineficienca reguladora y la inoperancia de los enormes aparatos burocráticos de vigilancia y control para poner coto a las instituciones financieras declaradas "demasiado grandes para caer", con el resultado de seguir socializando las pérdidas en lugar de atacar el fondo del asunto.

El post generó un interesante intercambio de pareceres en las redes sociales. De entre todas las aportaciones, merece la pena destacar,  por su concisión y precisión , este comentario de Eduardo Martínez Santamaría en LinkedIn:

El problema no es la falta de supervisión ni de herramientas de control por parte del sector público. El sistema bancario es un oligopolio fuertemente intervenido y con enormes barreras de entrada. El caos se ha desatado porque la relación interesada entre controladores y controlados, los saltos de un sector a otro y la elaboración de productos casi incomprensibles han hecho inservibles de facto todos los controles. Así que poner más controles no va a asegurar que el sistema funcione mejor mientas no se corrijan los problemas que acertadamente señalas.

Pues eso. Gracias Eduardo.

El pernicioso paradigma del "Too Big To Fail"

A propósito de la lectura de un interesante artículo de Jesús Cacho en Vozpópuli ("De cómo el FROB se olvidó de los saqueadores de las Cajas"), hace unos días compartí con mi timeline la siguiente reflexión:

El Estado ha puesto casi 62.000 millones sin haber analizado siquiera la posibilidad de dejar quebrar alguna Caja, cuando lo único a proteger hubiera sido el dinero de los depositantes.

Inmediatamente, Carles, uno de mis atentos e interactivos seguidores en Twitter sentenciaba: 

Un banco NO puede quebrar, porque nuestro sistema se basa en la estabilidad del sector bancario. Una empresa que fabrique y suministre bolígrafos puede quebrar, dará mucha pena, pero, si ello sucede, en el sistema no tendrá impacto. Si un banco quiebra, en el sistema pasan cosas, Por eso desde Lehman Brothers ningún banco puede quebrar.

Lo primero que le respondí a mi apreciado lector es que ese "no puede" no se ajusta a la realidad. En Estados Unidos, por ejemplo, más de 400 bancos e instituciones de crédito han quebrado desde el año 2007. Algunos han desaparecido, otros han sido refundados y muchos absorbidos por entidades mayores y más saneadas. Por tanto, para una empresa (y un banco lo es) quebrar puede significar su disolución pero también propiciar un renacimiento con cimientos económicos mucho más sólidos. Precisamente, esa filosofía del "Too Big To Fail", dominante en la regulación y configuración financiera en las últimas décadas, ha sido una de las causas principales del enorme desajuste del sistema actual, al impedir un verdadero saneamiento estructural. En definitiva: si no dejamos caer a una institución financiera podrida, también pasan cosas, y muy graves.

Durante estos últimos años y en multitud de países, hemos sido testigos de continuadas y masivas inyecciones de dinero público (con el consabido impacto en déficit y deuda) para evitar el colapso secuencial de aquellas instituciones financieras consideradas "demasiado grandes para caer". Se argumenta además que, para mejorar el sistema, son necesarias mejores regulaciones y mecanismos de supervisión más robustos, cuestión que no veo nada clara. 

John Kay, uno de los economistas más prestigiosos de Reino Unido, opina que reforzar los mecanismos públicos de supervisión no lleva a ninguna parte, tanto por la secular carencia de recursos técnicos y económicos, como por falta de apoyo político. Hay demasiados intereses en juego. Y añade:

Las llamadas directas desde los consejos de administración bancarios a las oficinas ministeriales se contestan más rápido que nunca.

Las grandes corporaciones financieras utilizan todo su potencial económico y de influencia para sortear los esfuerzos reguladores, que además pecan de falta de conocimiento, cortoplacismo y descoordinación. Los ratios de capital han fracasado en el pasado y lo harán en el futuro. El juego consiste en seguir la letra de las normas y saltarse a la torera su espíritu por la vía de la creatividad, la desfachatez o el riesgo maquillado, diferido, ocultado, económico y moral. Resultado: seguimos socializando las pérdidas derivadas de dicho riesgo. Atacamos los síntomas y apechugamos con las consecuencias en lugar de ir al meollo del problema. 

Por consiguiente, la única manera de afrontar una reforma efectiva es ocuparse de los cimientos y la estructura, y no tanto de la supervisión. Kay nos habla de estructuras financieras pequeñas, especializadas y "resilientes", en lugar de grandes e inextricables conglomerados cuyos activos y pasivos son los pasivos y activos de otros grandes conglomerados. Sin olvidar, claro está, a la muy interesada clientela pública.

Se ha demostrado sobradamente que tales monstruos financieros, en apariencia poderosos y feroces, son extremadamente sensibles ante cualquier mínima disfunción en los mercados. En lugar de construir enormes aparatos burocráticos de vigilancia y control (instituciones sobre instituciones públicas: más derroche de recursos ciudadanos) hay que podar de una vez el tamaño, las atribuciones y el ámbito de actuación de los titanes bancarios. Unos titanes propensos a generar más y más volatilidad cuanto más crecen.

John Kay, de nuevo, lo expresa muy bien:

¿Cómo podemos esperar estabilidad cuando la volatilidad incrementa el valor de unos instrumentos financieros cuyos propietarios son los mismos que toman todas las decisiones importantes o influyen en ellas?

Y para colmo, respaldamos de facto ese comportamiento declarando que dichos tinglados son "too big to fail". Así se las ponían a Fernando VII... 

El mejor supervisor de una institución financiera es otra institución financiera que compita abiertamente y no se encame con ella. Una competencia en sectores especializados, orientados a la prestación de servicios financieros a la economía productiva. Libre de servidumbres políticas, con reglas claras, claras limitaciones sistémicas y un objetivo irrenunciable: recuperar la vocación de servicio a la sociedad sin renunciar a la búsqueda del beneficio.

Ahí es nada...


PD: Si les apetece, pueden ver este interesante docudrama sobre los últimos días de Lehman Brothers. Como bien apunta mi apreciado Droblo:

La reacción de los mercados fue tan mala tras esta única quiebra bancaria que ha servido de justificación y excusa a todos los gobiernos del mundo para no encontrar apenas oposición en su política de gastar importantes y cuantiosos recursos públicos para salvar al sistema financiero.

Y así continuamos. Vean y reflexionen: