Políticos, líderes empresariales, periodistas, politólogos, economistas se suman a este debate incurriendo a menudo en falacias lógicas, esgrimiendo eslóganes vacíos y enredándose en ideas erróneas que acaban pareciendo ciertas por efecto de su mera repetición y difusión. Y en ninguna disciplina ello es más cierto que en la economía.
Algunas de las ideas económicas erróneas que con más frecuencia aparece en medios y redes sociales tienen que ver con las bondades o maldades del libre comercio y su impacto en países más ricos y más pobres. Leamos algunos ejemplos reales.
Bernie Sanders argumentaba así 4 de febrero de 2016:
"Hay muchas empresas que han dado la espalda a los trabajadores estadounidenses, que han dicho, si puedo ganar otro níquel yendo a China y cerrando en los Estados Unidos de América, eso es lo que haré. Yo haré todo lo posible para transformar nuestra política comercial y enfrentarme a estas corporaciones que desean invertir en los países de bajos ingresos de todo el mundo en lugar de hacerlo en los Estados Unidos de América".
Donald Trump también aportaba su grano de arena algo más tarde, el 13 de febrero de 2016:
"Carrier (empresa de aire acondicionado estadounidense) se está trasladando a México. Me gustaría ir a Carrier y decirles: 'Ustedes van a despedir a 1.400 personas. Van a fabricar los acondicionadores de aire en México, y tratarán de pasarlos a través de nuestra frontera sin ningún arancel. Voy a decirles que les vamos a gravar cuando los acondicionadores de aire vengan aquí. Así que quédense donde están o fabriquen en los Estados Unidos porque nos estamos destruyendo con acuerdos comerciales que no son buenos para nosotros y no son buenos para nuestros trabajadores' ".
Palabras similares, augurando todo tipo de males para los trabajadores y ciudadanos ante la liberalización comercial, hemos escuchado también en boca de Pablo Iglesias y otros líderes de la izquierda española, muy en consonancia con lo expresado por la ultraderechista Marine Le Pen, que en mayo de 2015 vaticinaba nada menos:
"La muerte de la agricultura francesa, el triunfo de las normas de Monsanto, la llegada de la fragmentación hidráulica y el horror al alcance de todos los platos: maíz transgénico, pollos lavados con cloro, carne hormonada e incluso, si debemos imitar lo que se hace en los Estados Unidos, con la seguridad de encontrar pus en el litro de leche ".
Tertulianos, periodistas y hasta algunos economistas se suman también a este confuso debate de ideas económica. Recordemos a Jordi Évole y su reciente programa "Fashion Victims", hablando sobre las grandes marcas de moda que fabrican sus prendas en países en desarrollo, con sueldos bajos y condiciones de trabajo muy diferentes al acomodo occidental. Sobre ese programa ya reflexioné en su día en mi timeline, al presentar una visión simplista y sesgada, que demostraba un desconocimiento clamoroso sobre cómo funcionan los mecanismos de desarrollo y crecimiento económico.
Parece mentira que en pleno siglo XXI todavía tengamos que explicar el papel esencial que el libre comercio ha supuesto para el avance de la humanidad. Cuando los individuos comercian, en lugar de operar de manera autosuficiente, pueden acceder más bienes y servicios. Salimos de las cuevas y de la autarquía tribal gracias a la especialización: cada persona se dedica a aquellas actividades para las que está más capacitada. Dividiendo las tareas y comerciando, los seres humanos (ya sean dos o 7.349 millones) han conseguido a lo largo de la historia y siguen consiguiendo más de lo que habrían obtenido siendo autosuficientes.