Post de Economía Parda: Tratamiento de Choque para Yonquis de la Deuda

La historia económica de la últimas décadas en nuestro país, y de bastantes otros, se asemeja a la de del nuevo rico al que un día le comenzaron a llover millones, iniciando una senda de despilfarro sin bases sólidas de futuro.

Se compró una, dos, tres casas, con muchos garajes, piscinas, pistas de tenis, solariums... Adquirió vehículos, aviones privados, contrajo carísimos compromisos, se cargó de obligaciones financieras con objeto de mantener un ritmo de vida muy superior a lo que estaba acostumbrado. Vestía caro, comía de lujo y desperdiciaba la comida. Gastaba a espuertas en llamativos caprichos. Era pródigo en dádivas con familiares, aduladores y correveidiles varios, deslumbrados por su estilo de vida.

Pero aquella fortuna se esfumó tan rápido como vino. El dinero dejó de fluir, casi de golpe. No así los gastos. Incapaz de acomodarse a las nuevas estrecheces, el nuevo rico quiso conservar su oropel a toda costa, manteniendo mansiones, abalorios y caprichos. La austeridad no era lo suyo. Así que empezó a tirar progresivamente de tarjetas oro y endeudamientos platino, cambalacheando los favores que antes había otorgado. La espiral creciente de gasto y deuda duró lo que duraron los saldos crediticios y los falsos amigos; apenas un suspiro en el tiempo de una larga ruina. ¿Quiebra? ¿Impago? ¿Fin de la historia?

No necesariamente.

Ante una situación así, no caben medias tintas. El remedio ante una deuda rampante, casi ingobernable, es análogo para particulares y países: requiere detenerse y reiniciar, lo que a su vez conlleva movimientos telúricos, pactos sísmicos con el destino, tsunamis de valentía y decisión. En algún momento (nunca es tarde) hay que marcar una línea roja y decir: "de aquí no podemos pasar". Los ciudadanos, gobernantes e instituciones debemos anclar los pies en el suelo de la cruda realidad y responsabilizarnos sin excusas de nuestro futuro. Seguro que duele, porque NOS TIENE QUE DOLER, pero a todos, sin distinción. A algunos más que a otros. Sobre catarsis de este tipo se construyen los futuros. El gesto debe tener una significación abrumadora y, por lo tanto, requiere la simplicidad de los grandes momentos.

Pongamos, por ejemplo, que se decide detener la emisión de nueva deuda (no me refiero a dejar de pagar los compromisos adquiridos). De un día para otro. En crudo, sin anestesia. Para un particular, sería como coger unas tijeras y trocear las tarjetas de crédito. Se trataría de adaptarnos a esta circunstancia extraordinaria con todas sus consecuencias, iniciando una guerra cívica, ética y económica contra la insostenibilidad.

¿Por qué no redactar una especie de Declaración de Independencia de la Deuda? ¿Por qué no asumir cada uno nuestra cuota de esfuerzo, marcarnos objetivos (cuantificables e irrenunciables) y hacernos responsables de ellos, con nuestro patrimonio, nuestro cargo o nuestro prestigio? Priorizando esfuerzos, pero juntos. Les aseguro que las generaciones venideras recitarían dicha declaración como honra a sus padres refundadores.

Con la voluntad dispuesta, el proceso a seguir tiene pocos secretos. Se empieza elaborando una lista clara y comprensible de los elementos del sistema a los que debemos renunciar porque generan un endeudamiento innecesario. No nos compliquemos la vida: nombre, importe y carga financiera. Después, para cada elemento de deuda identificado, además de conocer los recursos liberados con su desaparición, valoremos los efectos y el impacto de cada liberación. Utilicemos una escala simple. Reordenemos la lista conforme a esta escala. A continuación, ajustemos esa lista reordenada atendiendo a la relación entre la dificultad de cada medida supresora de deuda y su entidad económica. Revisemos de nuevo. Movamos elementos, confrontemos estrategias, discutamos, acordemos y tracemos la ruta final.

A partir de ese momento, empecemos a cumplir, uno tras otro, con los hitos marcados. Hagamos camino al andar, creemos la necesaria inercia positiva para afrontar los obstáculos más complicados sin desfallecer. Persigamos hasta el último céntimo, seamos austeros y frugales en lo que realmente corresponde serlo, persistamos juntos y comprobaremos como, poco a poco, la carga se aligera, las inversiones regresan y los ingresos empiezan a crecer sin acogotar más al ciudadano.

Sé que este plan les parecerá burdo, ingenuo y simplón. En efecto: tal y como advierto en el título del post, se trata de economía parda, aquella que surge desde la reflexión a pie de vida, no desde la teoría política o financiera. Como decía Jean de la Bruyere, hay situaciones en la vida en que la verdad y la sencillez forman la mejor pareja. Y recordando también a otro grande, Thomas Fuller, todo es muy difícil antes de ser sencillo.

Que el egoísmo, el ansia de perpetuación en el poder y el cargo, el miedo, la desavenencia, la ira o la pereza no puedan con nosotros. Volvamos a empezar. Yo me apunto a lo que un día propuso de Daniel Lacalle: no nos entreguemos al vasallaje de la deuda.

¿Utopía? Quién sabe, pero de vez en cuando es bueno desayunar con ella.

Save Outside The Box.

Diversas reflexiones a vuelatuit

Durante las últimas semanas, muy centradas en el desarrollo de las elecciones catalanas, sus resultados y efectos,  no he dejado de comentar en mi timeline de Twitter este y otros temas de posible interés. A continuación pueden encontrar recopilados algunos hilos de conversación, por si les apetece participar en los mismos con sus comentarios o críticas:

- Ecosistema financiero de las startups en USA

#DUI: Per què li diuen amor si el que volen dir és sexe? (en catalán)

27S: Impresiones a vuelatuit de una jornada electoral apasionante

- Debatiendo sobre la recuperación del empleo de la era Obama

  

Hojas de Otoño



Jorge escribía palabras en hojas de otoño.

Cada año esperaba ansioso la llegada de la estación para poder recoger las primeras hojas caídas en el cercano y frondoso bosque de arces. Seleccionaba las más grandes y simétricas, cuidando de que no estuvieran ni muy secas ni demasiado frescas, y escribía sobre su envés con caligrafía menuda y cuidadosa, usando un viejo plumín de galalite de su bisabuelo y tinta china de gran pureza levemente diluida con agua de lluvia.

Rebuscaba en viejos libros palabras que le resultaran hermosas al oído, tales como siempreviva, crisálida, dovela, cincel o aguamarina, y las transcribía sobre aquellas insólitas cuartillas vegetales. Otras veces se las inventaba: alderazuna, sueñálamo, indemiestrada... Guardaba las hojas ya escritas entre varias resmas de papel de barba encuadernadas a mano en forma de cartapacio, que ponía a prensar en la fresca sequedad de un anaquel del sótano, bajo pesados volúmenes de la Enciclopedia Espasa.

Con las primeras brisas primaverales, Jorge regresaba al bosque para orear el cuaderno, dejando que las hojas de arce, definitivamente desecadas, finísimas y quebradizas, retornaran para siempre al suelo donde pertenecían. A continuación leía con voz queda, emocionada, los versos que savia y tinta habían amorosamente fermentado durante el invierno sobre el recio papel: unos poemas sublimes, iridiscentes, casi sobrenaturales, preñados de nobleza y verdor, verdaderos prodigios de sabiduría centenaria.

Reflexiones de un catalán no independentista a sus conciudadanos

Permitan que comparta en este espacio este hilo abierto de reflexiones que esta mañana he compartido con un compatriota que me argumentaba la necesidad de que le diera argumentos ilusionantes para SER español. Mi  primera respuesta fue decirle que no necesita ningún motivo ilusionante para SER español. Ya LO ES, de pleno derecho. Mis siguientes reflexiones, aquí:

Hilo abierto a mis compatriotas independentistas

Divertimento fiscal (para repartidores recalcitrantes de riqueza ajena)

Aquellos que me conocen saben que en mis textos me gusta incluir de vez en cuando algún divertimiento ingenioso o una pincelada de humor. Sin ellos la economía, y por extensión la vida, serían páramos intransitables.

Esta vez recupero una veterana perla que guardo anotada en uno de mis Moleskine. Se trata de un adaptación libre de un texto anónimo que llegó a mis manos hace años. Su aparente ligereza contiene una reflexión mordaz, así como una carga liberal de profundidad. A ver si así algunos empiezan finalmente a enterarse de cómo funcionan aspectos fundamentales de la economía.

Supongamos que todos los días 10 hombres se reúnen en un bar para charlar y beber cerveza. La cuenta total de los diez hombres es de 100€. Si ellos pagasen la cuenta siguiendo el mismo sistema proporcional con el que se abonan los impuestos, y tuviéramos en cuenta la escala de riqueza e ingresos de cada uno, obtendríamos el siguiente resultado:

  • Los primeros 4 hombres (los más pobres) no pagan nada.
  • El 5º paga € 1.
  • El 6º paga € 3.
  • El 7º paga € 7.
  • El 8º paga € 12.
  • El 9º paga € 18.
  • El 10º (el más rico) paga € 59.

Todos están de acuerdo con el reparto y todos, además, se divierten. Pero un día, el dueño del bar les plantea un problema:

"Ya que ustedes son tan buenos clientes, les voy a reducir el precio de sus cervezas diarias en 20€. Sus tragos desde ahora costarán 80€".

Sin embargo, el grupo quiere seguir pagando la cuenta en la misma proporción que al principio, de modo que los cuatro primeros sigan bebiendo gratis. La rebaja no les afecta en absoluto. Pero ¿qué pasa con los otros seis bebedores, los que realmente pagan la cuenta? ¿Cómo deben dividir los 20€ de rebaja de manera que cada uno reciba una porción justa? Los 20€ divididos entre 6 resultan 3,33€. Pero si se resta dicha cantidad de la parte de cada uno, resulta entonces que el 5º y 6º hombre cobrarían por beber (el 5º pagaba antes 1€ y el 6º 3€).

Entonces el barman, que es un lince, sugiere que lo justo sería reducir la cuenta de cada uno en un 20% (es decir, la rebaja ofrecida) y procede a calcular la cantidad a pagar:

  • El 5º bebedor paga ahora 0.8€
  • El 6º paga ahora 2,4€ en lugar de 3€.
  • El 7º paga 5,6€ en lugar de 7€.
  • El 8º paga 9,6€ en lugar de 12€.
  • El 9º paga 14,4€ en lugar de 18€.
  • El 10º paga 47,2€ en lugar de 59€.

Cada uno de los seis pagadores se encuentra ahora en mejor situación que antes. Y los primeros cuatro bebedores siguen haciéndolo gratis. Pero hete aquí que, una vez fuera del bar, los amigos comienzan a comparar lo que se han ahorrado.

"Yo sólo me he beneficiado en 0,6€ de los 20€ totales ahorrados," dice el 6º hombre. Señala al 10º bebedor y dice: "¡Pero él ha recibido 11,8€!" "Sí, tienes razón," dice el 5º hombre. "Y mi ahorro es sólo de 0,2€. Me parece injusto que él reciba cincuenta y nueve veces más dinero que yo." "¡Cierto!", exclama el 7º hombre. "¿Por qué recibe él 11,8€ de rebaja y yo sólo 1,4 €? "¡Los ricos siempre se llevan los mayores beneficios!" "¡Un momento!", gritan los cuatro primeros hombres al mismo tiempo. "Nosotros no hemos recibido nada de nada. ¡El sistema explota a los pobres!"

Indignados, los nueve hombres rodean al 10º y le dan una soberana paliza.

Un día después, el 10º hombre (lógicamente) no acude al bar, de modo que los nueve colegas restantes se sientan y beben sus cervezas sin él. Pero a la hora de pagar la cuenta descubren algo inquietante. Entre todos ellos, incluso con los precios rebajados, no tienen dinero suficiente para pagar ni siquiera LA MITAD de la cuenta, toda vez que suman 32,8€ , mientras que la factura rebajada de los nueve asciende a 90€ menos el 20% de descuento (18 €), es decir, 72 €.

Y así, queridos lectores, es como funciona el sistema impositivo, en términos muy generales. Aquellos que pagan más impuestos son los que más se benefician de una reducción en los mismos. Póngales impuestos muy altos, atáquenlos por ser ricos, y lo más probable es que no aparezcan nunca más. De hecho, es casi seguro que comenzarán a beber en algún bar en el extranjero donde la atmósfera sea algo más amigable.

Moraleja: que cada uno saque la suya.

Bienvenidos a la Economía Cuántica

Andamos los economistas y pseudoeconomistas de todo pelaje a la greña con econtradas teorías, sin darnos cuenta de que en el siglo XXI nuestros postulados han sido ampliamente superados por la realidad incontestable de la Economía Cuántica.

En la economía clásica los activos tradicionales tienen propiedades específicas. De este modo podemos afirmar que "esta acción tiene recorrido", "este bono es seguro" o "aquel depósito bancario ofrece un interés atractivo". Sin embargo, en estos tiempos, donde rige la Economía Cuántica, los productos financieros sólo se pueden describir de manera borrosa. Bajo esta premisa, ya no tiene sentido pensar en un activo financiero con una característica definida, o cualquier otra cualidad que podamos considerar “específica”. Todo depende de cómo se mire o de qué acción realicemos o de quién la perpetre. Sólo así cobran sentido las aparentes insensateces que estamos padeciendo en los últimos tiempos.

En la Economía Cuántica la realidad es, como bien podemos constatar cada día, producto de nuestras propias expectativas. Si en el mundo físico una partícula puede comportarse como una onda o como materia, qué no va a poder hacer un inversor cuántico. Cuando mira, se comporta como una onda codiciosa, cuando actúa, como una partícula errática. En este contexto, los mercados son un conjunto inasible de “paquetes de energía”, de “quantum”, de fotones monetarios, de haces financieros con trayectorias inciertas. Todo se estructura según una lógica radicalmente diferente a la de la racionalidad, sobre un “espacio” metaeconómico en el que el dinero no es dinero, el tiempo es relativo y los fundamentos que conocemos ya no son tales sino otra cosa. El sentido común nos indica que, por ejemplo, la situación financiera de un país no puede ser mala y buena a la vez. Pero la Economía Cuántica, emulando el famoso experimento del gato de Schrödinger, dice que mientras nadie escudriñe en el interior de la agencia de rating, analista, político o periodista que evalúa al país, éste se encuentra en una superposición de las dos situaciones: mala y buena.

En consecuencia, podemos deducir que cada uno de los intervinientes en la economía, incluidos nosotros (lo sepamos o no), estamos creando la realidad financiera que vivimos a través de nuestra buena o mala conciencia manifestada en pensamientos, palabras y actos, que en última instancia son elecciones de las cuales depende si vamos a encontrar nuestra cartera repleta de dinero fresco o de telarañas. Que conste en acta.

Por esta calenturienta disquisición fijo que me dan el Nobel. De Física o de Economía o de Tontuna Alienante. Quizás incluso acabe escribiendo una columna en el New York Times...

Onomatopeyic Man

De vez en cuando, la vida te regala momentos hummm, en los que todo rueda con precisión cronométrica y, hey baby, los pies levitan a ras de suelo como menudos hovercrafts. Whoooosh... el viento encantado acaricia el relieve de tu rostro. Crunch, masticas el momento, lo degustas, lo deglutes y sientes como se digiere: mariposas en el estómago. Te miras al espejo y uau, hasta te ves guapo. Das media vuelta, saludas, endureces los biceps y muack, estampas un beso a esa imagen salida de ti. Sientes los mecanismos engrasados, el tic tac que activa tus conexiones neuronales. Trabajas, vives y amas a gusto. Y suena una música muy parecida a ésta: