"No está"

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Para Luciano, in memoriam

“No está”, me dije.

Así. En un instante, hurtado su cuerpo de la materialidad del mundo, arrancada su voz de mi partitura cotidiana, extinguido su olor en la frontera de las cosas. No estaba.

Se fue, pero nada se detuvo. La vida prosiguió inexorable para los que todavía permanecimos, nos negó el respiro de un dolor quieto y paciente, el consuelo de una foto fija ante la que suspirar hondo y ofrecer un adiós más consistente y mejor hilvanado. Nos aturulló con papeles y ruidos, nos acogotó con las rutinas administrativas de la muerte y un puñado de urgencias insoportablemente triviales.

No está, pienso ahora, y sigo braceando en el vacío, tratando de recrear una última caricia. Los silencios se llenan de palabras no pronunciadas, los pensamientos de intenciones nonatas y en cada esquina habita una certitud de ausencia. Su voz en el contestador me anima a responderle más allá de toda esperanza y su último correo en la bandeja de entrada cobra hechuras de epitafio. No está, pero nunca estuvo tan presente. Es entonces cuando me doy cuenta: no se ha ido.

Lo advierto camuflado en mi rutina mañanera ante el espejo, guiñándome tras alguno de mis gestos, tan suyos. Me acompaña discreto cuando observo el mundo, cuando disfruto de la música que a ambos os gustaba, cuando leo las últimas palabras de nuestros columnistas preferidos. Advierto con emoción como pervive también, rotundo, en los ojos de mi hija y en tantos otros afectos familiares. Siento su pulso en ese reloj preferido que ahora porto, y escucho en silencio su viejo consejo ante nuevos azares. El dolor parece así menos árido, una carga algo más mullida y confortable, aunque dolor al fin y al cabo.

Y no. No se ha ido.

Su materia ha estallado por doquier en cuantos de luz, en polvo de estrellas sobre objetos, ideas, sueños, querencias, transformada para siempre en parte inextricable de nuestra existencia, hasta que el universo quiera y nos olvide a todos.

No se ha ido.

Está, y Einstein era un puto genio.